Mariano y las ballenas

La expedición inicia a las seis de la mañana y navegamos por Bahía de Banderas en búsqueda de la «Megaptera novaeangliae», mejor conocida como la ballena jorobada.

Queremos ver este cetáceo que baja desde Alaska hasta cálidas aguas de Jalisco y Nayarit entre diciembre y marzo, aunque la ballena jorobada se encuentra en varias partes del mundo.

Nuestro capitán es Mariano, un dicharachero pescador de Las Ánimas, que orgulloso presume haber aprendido inglés porque de niño le frustraba no poder comunicarse con los extraños que llegaban.

Hoy Mariano tiene 55 años, mueve el timón de «Sarita», habla inglés y es un humilde capitán que encontró la pasión de su vida en el mar.

Han pasado casi dos horas desde que dejamos tierra firme y no hay señal alguna de ballenas. Empiezo a pensar que otra vez me quedaré con las ganas de observar este enorme mamífero que llega a medir 16 metros y puede pesar 36,000 kilos.

Y de repente, Mariano grita: ¡Ahí está!

Se observa una aleta pectoral que golpea fuerte la superficie del mar y con elegancia emerge una silueta negra con puntos blancos que en breve atrae a otra más. Es una ballena hembra y su ballenato, nos dice Don Mariano.

Minutos después, se deja ver una enorme cola, señal de que la ballena bajará a la profundidad y en menos de diez minutos volverá a la superficie a respirar. Esperamos y luego la vemos saltar.

Curioso resulta que los machos emiten un canto complejo que dura de diez a veinte minutos y se repite por horas. Científicamente, el propósito del canto no es claro, sin embargo, parece desempeñar una función en el apareamiento.

«Con tantos radares de embarcaciones, cruceros y lanchas de motor, ahora es difícil que las ballenas escuchen ese canto, hay demasiado ruido en el mar», comenta Mariano con la certeza que da la edad.

Ese día vimos siete ballenas y uno de mis tantos sueños se hizo realidad.