Se cae el relato

Algo importante está pasando frente a nosotros y es imposible no verlo. Esta historia tiene que ser contada y documentada. La indiferencia es lo opuesto a la paz y los estamos viendo.

Van 24 días de continuos bombardeos sobre los 365 kilómetros cuadrados del territorio de Gaza. El Estado israelí ha lanzado un arsenal sin tregua en una franja de tierra cercada donde viven 2.2 millones de personas, la mayoría palestinos refugiados. Es una de las zonas con mayor densidad demográfica del mundo.

La narrativa dominante que el Estado Israelí busca imponer –en conjunto con otros países de Occidente aliados– es que esta guerra es una nueva defensa contra el «terrorismo», que los ataques que lanza su gobierno son la única forma de detener al «mal», y una vez más este «mal» es islamista y en esta ocasión lleva el nombre de Hamás.

No importa matar civiles, médicos, periodistas, menores y ancianos. No importa atacar escuelas, universidades, hospitales, mezquitas, iglesias, edificios residenciales, refugios y dejar en escombros barrios enteros. No importa dejar sin alimento, sin agua, sin combustible, sin electricidad y ahora sin internet a dos millones de gazatíes. Terminar con el «terrorismo» lo justifica todo. Lo demás, son daños colaterales o pérdidas necesarias para acabar con Hamás.

Esta narrativa le había funcionado muy bien a Occidente en las últimas décadas para invadir, destruir y colonizar otras regiones. Fue la narrativa que le siguió a la «guerra fría y la guerra contra el comunismo». La forma en que los medios de comunicación dominantes y corporativos acomodaban el relato luego de un ataque «terrorista» dejaba un argumento aparentemente sólido para validar ante la opinión pública una nueva guerra, una «defensa» y restablecer «la democracia» en el lugar.

Pero después de 25 días de una demoledora realidad, el relato dominante se empieza a quebrantar y la narrativa parece no sostenerse más.

La trampa del argumento es empezar este relato desde el 7 de octubre, cuando el brazo militar de Hamás lanzó un ataque sin precedentes que, según el gobierno de Israel, merecía una respuesta con toda la fuerza del estado.

Es una trampa porque es imposible no condenar un ataque así. El brazo militar de Hamás dejó 1033 civiles y 300 soldados israelíes sin vida, según datos de «The Israel Times». Claro que es condenable y debe de investigarse y tener una pena legal. Pero es una trampa en el fondo, porque el Estado israelí no quiere una condena y una resolución legal. El ataque le deja, por un lado, un cheque en blanco para ignorar el derecho internacional y matar a miles de civiles palestinos. Y por otro, el relato omite una larga historia de violencia, ocupación y colonización del Estado Israelí que está documentada.

Desde el 7 de octubre, las Fuerzas de Defensa de Israel han dejado sin vida a más de 8000 personas palestinas, 70% mujeres y muchos menores de edad. Todos ellos ajenos a la milicia de Hamás. Civiles mueren todos los días en Oriente Próximo ante los ojos del mundo entero. En vivo, sin reglas, sin límites y sin pausas humanitarias. Sin cumplir las leyes internacionales, ignorando a las Naciones Naciones Unidas y sin sanción alguna. Lo importante es acabar –y cito al primer ministro israelí Benjamín Netanyahu– con los «hijos de la oscuridad».

Esta narrativa tenía fuerza los primeros días que le siguieron al 7 de octubre. Hamás se había adjudicado el ataque con cohetes y a mano armada contra civiles israelíes. Habían atacado kibutz israelíes cerca de Gaza y el festival de música «Tribe of Nova» donde fueron asesinados 260 jóvenes, la gran mayoría israelíes. Los cohetes también alcanzaron Tel Aviv y Jerusalén y Hamás había secuestrado 220 rehenes israelíes y extranjeros, según cifras oficiales del gobierno Israelí.

Pero días después las imágenes de destrucción de Gaza, que de por si subsiste en condiciones marginales, empezaron a calar hondo. La venganza había superado por mucho a la agresión y la información empezó a fluir con datos que era imposible negar.

Aunque la guerra es contra Hamás, el Estado Israelí también ha bombardeado el «West Bank», o Cisjordania, que es un territorio palestino diferente a Gaza y donde no tiene control Hamás. Según el Ministerio de Salud Palestino, al menos 110 civiles han muerto en el «West Bank» desde el 7 de octubre, no sólo por las Fuerzas de Defensa Israelí, sino también por colonos o «settlers» israelíes.

Según datos de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas (OCHA), tan sólo del 1 de enero de 2008 al 19 de septiembre de 2023, las fuerzas israelíes han dejado sin vida a 1,007 civiles y 89,534 heridos en el «West Bank». Ahí, donde no opera el grupo «terrorista» de Hamás.

No son terroristas y no son sólo números. Son personas con nombre y apellido. ¿Cómo se justifica aquí la narrativa contra el «terrorismo»?

La tragedia escala porque el Estado de Israel lejos de aceptar un cese al fuego después de las tres semanas más violentas del último siglo que han dejado a Gaza totalmente colapsada, ha declarado que aumentará el ataque aéreo y prepara una invasión terrestre en los próximos días.

«Estamos haciendo llover fuego infernal sobre Hamás. Ya hemos matado a miles de terroristas. Y esto es sólo el principio. Simultáneamente, nos estamos preparando para una invasión terrestre, no voy a dar más detalles sobre cuándo, cómo y cuántos […] Todo el mundo tendrá que dar respuestas, incluso yo», declaró el 28 de octubre Benjamin «Bibi» Netanyahu, el primer ministro de ultraderecha del Estado Israelí, que ha gobernado en tres ocasiones (1996–99, 2009–21, y 2022 a la fecha), el político israelí con mayor tiempo en en el poder desde la creación del Estado Israelí.

El embajador de Israel en Italia, Dror Eydar, declaró el 25 de octubre que «nosotros (los israelíes), al menos la población, no estamos interesados en todo este discurso racional sobre palestinos. Sólo hay un objetivo: destruir Gaza, destruir este mal absoluto. Porque no existe la posibilidad que después del Holocausto, personas judías, y jóvenes, vivan unas experiencias similares a las que se vivieron hace 80 años. Después del 7 de octubre, cualquier persona que amenace a un hebreo, debe morir», compartía el diplomático israelí.

Sin embargo, también existe una movilización de miles de judíos en muchos países que se están manifestando contra la guerra. Como lo señala el periodista mexicano Témoris Greko, que hoy es corresponsal independiente desde la zona del conflicto: «miles de judíos, convocados por The Jewish Voice for Peace, tomaron la estación Grand Central de Nueva York para exigir un cese al fuego inmediato. Y demandan que no se cometa una masacre en su nombre», señala Témoris. O como menciona Luciana Altereib, judía argentina profesora de historia y activista: «no puede ser que en nombre de los judíos o del judaísmo, y de todo lo que hemos sufrido como pueblo, sea usado para llevar acabo la masacre que están llevando en Palestina».

En otra latitud del relato, el sábado 29 de octubre la Secretaria general de PODEMOS y ministra de Derechos Sociales en España, Ione Belarra, una de las voces más críticas desde Europa ante el conflicto en estas semanas, decía que «Israel no sólo está bombardeando masivamente a una población totalmente indefensa, sino que además ha acabado con todas las comunicaciones, internet, el teléfono. Está todo cortado en la Franja de Gaza. Esto tiene un objetivo muy claro y es garantizar la total impunidad».

«Sé que muchas personas se preguntan si es que nadie va a hacer nada, si es que vamos a ver cómo el Estado de Israel comete crímenes de lesa humanidad sin que nadie haga nada. Si es que vamos a permitir que Netanyahu llame y declare persona non grata a las Naciones Unidas e insulte a su Secretario General sin que nadie haga nada», continúa Belarra.

Y concluye la ministra «la inacción nos está convirtiendo en cómplices de un genocidio planificado. Corten relaciones con el Estado de Israel, lleven adelante sanciones económicas ejemplares […] Y llevemos a Netanyahu a la Corte Penal Internacional. No en nuestro nombre, no con nuestro silencio».

Es interesante ver cómo la opinión pública israelí ha ido cambiando su percepción del ataque en Gaza contra Hamás. Según una encuesta publicada el 27 de octubre por el periódico israelí Maariv y la cadena Reuteurs, casi la mitad de los israelíes prefiere esperar la invasión a Gaza y cuando fueron cuestionados si el ejército israelí debería escalar una ofensiva terrestre, el 29% de los israelíes estuvo de acuerdo, mientras el 49% dijo «que sería mejor esperar» y 22% se declaraban indecisos. Esto contrasta con la encuesta del 19 de octubre que reveló que el 65% de los encuestados apoyaban una ofensiva mayor por tierra.

También es interesante que Hamás es enemigo a muerte de la Organización para la Liberación Palestina, antes liderada por Yasser Arafat, quien luchó por la autodeterminación del pueblo palestino y que en 1988 aceptó una resolución de las Naciones Unidas para la paz y el cese al fuego, misma que Israel no respetó. El gobierno de Palestina reconoció el Estado israelí, pero el Estado israelí no reconoció al palestino.

Hoy el cese al fuego es la petición de millones de habitantes del mundo que en los últimos días han salido a manifestarse a favor de la paz. En Istanbul, en Londres, en Nueva York, San Francisco, París, Barcelona, Yemen, Santiago de Chile y decenas de ciudades más del mundo se escucha lo mismo: cese al fuego inmediato y en «nuestro nombre no». Incluso Antonio Guterres, Secretario General de la ONU, ha sido enfático en las condiciones inhumanas que viven los gazatíes y exige un alto al fuego y una pausa humanitaria.

De hecho, los familiares de los rehenes que mantiene Hamás, exigen al gobierno de Netanyahu que cese los ataques ya que los bombardeos pueden matar a los rehenes. El gobierno de Israel se enfrenta a una exigencia cada vez mayor para intercambiar a los 229 rehenes que se calcula que hay en Gaza por los 5000 presos palestinos que están en cárceles israelíes, reportó el diario The Guardian el 29 de octubre.

Por eso es importante que se caiga el relato, por eso las narrativas sí cuentan. Porque si la gente deja de creer en las potencias y sus mandatarios, se caerá todo un sistema de creencias que sostiene un sistema económico, político y social, que ha dejado una desigualdad histórica entre los oprimidos y los grupos de poder que se reparten el mundo, mientras malabarean argumentos para convencer al mundo y la opinión pública de que ésta, como todas las anteriores, es una guerra contra el «terrorismo».

Y mientras tanto, cada día que pasa siguen muriendo civiles inocentes en Gaza y en todo el mundo.

No puedo ser indiferente ante esto. Condeno el ataque de Hamás del 7 de octubre, pero también condeno la larga historia de ocupación del Estado israelí. Y sobre todo, condeno los 24 días de bombardeos contra Gaza que han destruido el precario tejido social que resiste esta brutal agresión.

Por eso las narrativa cuentan. Y por eso, me uno al deseo mundial de un cese al fuego y abogar por el derecho internacional. El tiempo se va agotando. La indiferencia es lo opuesto a la paz y los estamos observando. Somos testigos y la historia se escribirá.