De pérdida y duelo

Todos tienen una historia que contar de la pandemia. Ésta es la mía.

Acapulco

La primera vez que escuché algo sobre un tal Coronavirus fue en enero, yo estaba en Acapulco, Guerrero. Aunque se decía que el virus era peligroso y había causado muertes en una provincia del Oriente de China, sinceramente no le di importancia. El plan era disfrutar a los míos y luego partir por una buena temporada a Berlín.

Sentía que venía un gran año, uno de esos que no se guarda en el tintero.

Oslo

El 29 de enero dormí en el aeropuerto de Oslo, porque al día siguiente tomaba la segunda escala de un vuelo barato que algún día llegaría a Berlín. Ahí, en mis rondas, vi a una familia de rasgos asiáticos que se apresuraba a comprar una caja de cubrebocas en la farmacia del aeropuerto. En ese momento creí que estaban exagerando, por qué la prisa y el miedo, no era para tanto.

Barcelona

Casi un mes después, el 26 de febrero, viajé a Barcelona. En esos días, nadie hablaba del virus en España, la COVID-19 no habitaba en el colectivo imaginario occidental y no era tema de discusión. Nadie, y menos yo, era consciente de lo que estaba por venir. Días después, los casos empezaron a elevarse, y fue Italia, justo en la Lombardía, en donde el SARS-Cov2 golpeó primero. Estaba formándose una enorme tormenta.

Y por descuido, el vuelo que me regresaba de Barcelona a Berlín, hacía escala en Milán, ahí, en el epicentro de lo que la OMS ya clasificaba como una pandemia; una palabra desusada en nuestra lengua, con todas sus posibles consecuencias.

Milán

Si es cierto que existen horas cortas y horas largas, estas fueron cuatro eternas. Recuerdo que el aeropuerto estaba vacío, frío y sumergido en un ambiente enrarecido. No de emergencia, pero sí de tristeza.

Yo tenía la atención puesta en no tocar nada, pasar el filtro de seguridad y buscar un baño para lavarme las manos. Me repetía «no te toques la cara, Alonso, no te toques la cara». Finalmente, tomé el vuelo, llegué a Berlín y me quedé tranquilo; sentí que al aterrizar en Berlín ya estaba en un lugar completamente seguro. Ya era 3 de marzo, y una vez más, no me imaginaba lo que vendría.

Berlín

Esa primera semana de marzo di un par de tours en donde trabajaba y hasta pude ir a una que otra taberna a compartir unas cervezas con un buen amigo yucateco que estaba de visita. Seguíamos sin prestarle atención al tema y yo tenía la sensación de que en Alemania la emergencia no pasaría a mayores. Siete días después, Angela Merkel daba un mensaje a la nación en vivo, algo inusual en la mandataria alemana. El mensaje era corto, claro y rotundo: viene fuerte el virus, todos quédense en casa.

Para el 9 de marzo, Alemania comenzó a registrar los primeros contagios que, como mecha corta, pronto empezaron a subir. Fue ahí cuando entendí lo que estaba sucediendo. Esto ya no se podía detener, ya había golpeado a China, Italia, España, Francia, y ahora tocaba Alemania. Venían tiempos de cambio y venía una crisis, esto era fuerte. Días después perdí mi empleo.

Ámsterdam

El 4 de abril –en pleno ascenso de la epidemia en Alemania– cambiaron mis planes e inicié el regreso de casa a México, era tiempo de volver con la tribu. Comencé en un tren nocturno que salió de la estación central de Berlín y que al día siguiente llegaría al sur de Holanda, para luego transbordar y subir a Ámsterdam, una de las pocas ciudades europeas que todavía tenían vuelos a México. No miento cuando digo que fui de los últimos en salir.

Mérida

Finalmente, llegué a la Península de Yucatán el 5 de abril e inicié una estricta cuarentena en solitario de 15 días. Había estado en Italia, España, Alemania, Holanda, y el riesgo de haber pescado el virus era alto.

La historia de lo que se ha vivido en México ya es conocida, la pandemia se ha hecho larga y aún no cede. Son ya 5 meses y sigue alto el nivel de contagios en un país donde habitan 127 millones de personas, y una gran parte padece diabetes, hipertensión y otros males que vuelven más peligroso al virus. Con el dolor que deja un fallecido, cuesta decir que ya llegamos a 70 mil. Sobran historias, cada vez más cercanas, que te dejan helado, y es que la epidemia ha sido diferente en cada región de México.

De mi parte, el saldo es blanco y hasta el momento estoy sano. Perdí mi trabajo, crucé el Océano, y voy a cumplir 5 meses de confinamiento. Ha habido subidas y bajadas, pero aquí seguimos y aquí andamos. Ha sido una pandemia muy larga y un año que no podemos compararlo con nada; uno de ausencia, pérdida y duelo.

Y yo que pensaba que los orientales del aeropuerto de Oslo exageraban en enero con sus cubrebocas. El ingenuo era yo.