Estamos cumpliendo, algunos más, otros menos, cinco meses sin tocarnos.
Durante esta cuarentena, algunos más, otros menos, nos hemos quedado sin abrazos, sin tabernas, sin saludos de beso, sin apretones de mano, sin palmadas en la espalda, sin recargarse del brazo. Cinco meses sin cariño demostrado con el tacto, ni de allegados, ni de curiosos extraños. Cinco meses sin una buena fiesta, sin una reunión grande, sin música en vivo y sin pistas que bailar.
Algunos más, otros menos, pero han sido cinco meses de una sensación extraña, una inevitable distancia que se debate entre estar juntos, pero no estar. Estar, pero no tocar.
Según datos sacados de investigaciones científicas, cualquier forma en la que cada día nos tocamos habla mucho de nuestro balance entre salud física, química y emocional. Tocar, aunque lo desestimamos muchos a veces, activa la corteza frontal de la órbita del cerebro, la cual está ligada a las emociones de recompensa y compasión. Tocar es de alguna manera «dar vida».
Muchos estudios desde la neurociencia han confirmado que el contacto físico es fundamental en el ser humano y otras especies. Se vuelve una forma primaria de comunicación, de un lazo, y de un estímulo físico y emocional. También sabemos que tocar construye relaciones, reciprocidad, colaboración y alianza. Es un lenguaje diferente al de la voz, pero igual de importante. Una muestra de afecto, de indiferencia, o incluso de agresión.
Una palmada en la espalda, rozar la mano con el brazo, son formas de tocarnos que se vuelven una especie de gestos que, antes de esta pandemia, dábamos por sentados y no valorábamos tanto. Las manos, llenas de terminaciones nerviosas, pueden mandar una señal al cerebro de seguridad y confianza, el cálido tacto puede ser un detonador de oxitocina, la famosa hormona del amor.
Y por si faltara, sobran los datos de estudios que han revelado que el tacto en la vida temprana es fundamental en el desarrollo de ese ser. No sólo aumentará su peso considerablemente, tendrá una secuela psicológica que puede acompañarlo toda su vida. El tacto cuenta una historia de una infancia cariñosa, afectiva y de mutua compasión. Tocarnos alivia el alma y el cuerpo, su ausencia, causa todo lo contrario.
Así, hoy en la mañana le dije a una amiga (por chat) que extrañaba mucho todo lo que significa tocarnos en general, sentirse cerca, compartir el espacio y el tiempo, en todos los sentidos, tocarnos. Desde una fiesta, un festejo, medio abrazo, una despedida, un jalón de brazo, una palmada, un saludo de mano o estar en un concierto embarrado. Ella estuvo de acuerdo en mis argumentos aunque no los compartía del todo y al final contestó: «es que, Alon, tú sí eres muy tocón…».
Fuentes:
Hands On Research: The Science of Touch, by Dacher Keltner