Tierra verde y húmeda en donde sopla fuerte el viento y el sol se asoma a lo lejos. Tierra rodeada de mar. Tierra histórica donde se cuentan leyendas de celtas, vikingos y marineros. Tierra desenfadada y rebelde que está orgullosa de serlo. Tierra independiente y tierra en libertad. Tierra de gente alegre y dicharachera que no tiene reparo en iniciar una conversación. Tierra de gente humilde pero terca. Tierra de sarcasmos, ironías y humor negro. Tierra de creatividad. Tierra de escritores y poetas, de historias fantásticas, bibliotecas famosas y novelas eternas. Tierra de genios. Tierra de whiskeys y cervezas, de pintas y tabernas. Tierra de cánticos, tambores, flautas y cuerdas. Tierra donde la música no puede faltar.
Al final es cierto lo que dicen de Irlanda, es una tierra de lluvia que baja desde el polo y que se convierte en una bocanada de aire fresco. Esta es una tierra de valientes, una tierra de oportunidad.
Llegamos con las lluvias del verano pasado, cuando amanece a las cuatro de la mañana y oscurece después de las diez. Adriana y yo llevábamos casi un año viajando y una noche en Barcelona decidimos que nuestra siguiente parada sería Dublín. No teníamos idea de lo que depararía el camino, pero los dos veíamos en Irlanda una oportunidad para parar, tomar aire y vivir por un tiempo. Veíamos en Irlanda un lugar para seguir escribiendo nuestra historia y para seguir viviendo. Un lugar para seguir explorando y seguir descubriendo. Un lugar en donde lo queríamos intentar. Sabíamos que hacía frío, que llovía mucho y que es largo el invierno, pero no nos importó. Y es que después de un largo camino de subidas y bajadas, llegábamos a Dublín con un espíritu genuinamente positivo; enfrentaríamos todos los retos con la mejor actitud y con la mejor energía.
Queríamos estar contentos y había sueños por cumplir.
El primer gran reto era encontrar trabajo y los dos lo logramos en las primeras semanas. Sin saberlo, habíamos llegado a una tierra donde la tasa de desempleo es casi del cero por ciento y en donde todos los que buscan, encuentran una posibilidad. Una ciudad donde todos los días hay vacantes y oportunidades, una tierra que vive un buen momento en el mercado. Un lugar en donde es más fácil encontrar un trabajo que encontrar un lugar para vivir. La oferta laboral en Irlanda está casi a la par que la demanda. Aquí el que quiere trabaja, aquí se puede volver a comenzar. Y así yo encontré un trabajo en un hostal que además de tenerme contento, me dejaba el tiempo libre suficiente para seguir escribiendo.
También logramos lo imposible. En pleno auge económico, Dublín es una ciudad que tiene una crisis inmobiliaria y en donde es muy complicado conseguir un espacio para vivir. La mayoría de la gente comparte habitación y muchos prefieren vivir a las afueras de la ciudad. La escasez es tal, que hay quienes pagan por compartir una cama o un sofá. A nosotros la suerte irlandesa nos acompañó y después de una larga búsqueda, encontramos un departamento para nosotros dos, con mucha luz y en el corazón de la ciudad. Un departamento que por azares del destino se encontraba a un gran precio y que necesitaba de una pareja de guardianes. Un lugar que nos gustaba mucho y que por fin se sentía como nuestra casa. Una casa que nos hizo feliz.
Irlanda también significó llegar a una cultura ajena y a un país en el que nunca habíamos estado, una Europa diferente. Un lugar de tradiciones distintas y donde la gente vive de otra manera. El contacto con la naturaleza es inevitable y todo el tiempo te sientes viviendo en una isla donde el cielo siempre está cambiando. Si amanece nublado, lo más seguro es que el atardecer será impresionante. Si la noche es fría y cerrada, lo más seguro es que amanecerá con mucho sol. Adriana y yo nos dimos la oportunidad de recorrer la isla y conocer todos sus puntos cardinales y sus dos cabos. Cruzamos montañas, acantilados, ríos, lagos y eternos campos verdes. Me llevo en mis recuerdos las mejores postales y nuestras increíbles caminatas. Me llevo todas las granjas, todos los pueblos y todas las playas. Playas que parecen valles. Playas de agua fría, pero de gente cálida.
Irlanda fue ese lugar en donde estuvimos contentos y que nunca vamos a olvidar. Irlanda ya es parte de nuestra historia. Una tierra que nos regresó toda la buena energía con la que llegamos y que no nos quedó nada a deber. Irlanda fue esa tierra en donde pusimos en práctica todo lo que habíamos aprendido en el camino. Esa tierra que nos demostró que vale la pena salir a pescar los sueños, que las oportunidades son infinitas y que se puede vivir haciendo lo que te gusta. Irlanda fue ese lugar donde Adriana cumplió el sueño de trabajar para una causa social y yo retomé la pluma para cumplir el sueño de ser otra vez un reportero. Y sobre todo, Dublín fue un puerto donde los dos fuimos felices y donde hubo mucho amor. Un puerto que nos dejó contento el corazón.
Al final, para mi Irlanda significó el último destino de un largo viaje que pasó por cuatro continentes, dieciséis países y varias docenas de bahías y pueblos. Un viaje en el que buscaba hacer un alto en el camino y tratar de vivir de una manera diferente por un tiempo. Un viaje para explorar y para conocerme a profundidad. Un viaje para disfrutar el camino y cumplir mi promesa de hacerlo ligero. Un viaje para disfrutarlo y para conocer toda la fuerza de mi espíritu ante la adversidad. Un viaje que originalmente sería de tres meses y que acabó siendo de un año y medio. Ese viaje del que regresas más fuerte, más sabio y más viejo. Ese viaje que lo terminas con dicha y con un enorme sentimiento de agradecimiento. Un viaje que siempre quise hacer.
Y así, te escribo desde mi último día en Irlanda, mi último día en Dublín. Te escribo y se me inflama el pecho, soy un manojo de emociones en este momento. Y es que así como algún día sentí el llamado de irme lejos por un tiempo, hoy siento el llamado de volver a casa, de regresar a mi tierra, para estar con mi gente y compartir con mi tribu. Es tiempo de volver a México, y aquí ya sabemos, que siempre nos quedará Dublín.