El huerto del barrio, el trabajo comunitario, el proyecto vecinal. Las asambleas semanales, el consenso entre colonos, el debate más sano y el más público. Los acuerdos. El rescate de los espacios urbanos. Los foros sociales, culturales y recreativos. La administración voluntaria, el comercio justo, la economía solidaria, la organización del pueblo; el creer que se puede vivir de otra manera. La igualdad de género, la libertad de expresión, el rescate de las tradiciones, el repaso de la memoria histórica y la causa social. Estos son los mensajes que me dejó el haber vivido por un tiempo en un barrio progresista y de un pasado obrero. Me refiero al barrio de Sants.
El barri de Sants está al sur de Barcelona, a espaldas de las últimas faldas de Montjuïc y cerca del Camp Nou, del lado izquierdo de la capital de Catalunya. Hace poco más de cien años era un pueblo obrero que habitaba a las afueras de la ciudad y ahora es uno de los sitios más despiertos del Ayuntamiento de Barcelona. Un lugar de mucho movimiento social, vecinal y comunitario. Un pueblo que creció alrededor de fábricas, y que siempre tuvo un espíritu rebelde y contestatario. Un barrio que desde sus inicios le abrió la puerta a obreros de todo el mundo, que como yo, llegábamos a Catalunya a buscarnos la vida. Un barrio con sabor a vermut y tabaco. Un barrio muy catalán.
Yo viví ahí cuatro meses y con el paso de los días me fui encontrando a una comunidad con un nivel de participación que nunca había visto en mi vida. Basta mencionar el caso de Can Batlló; una antigua fábrica textil que la comunidad rescató del olvido para volverla un centro comunitario operado de manera voluntaria por todos los vecinos, un proyecto de autogestión. Un espacio físico con una biblioteca, dos enormes bodegas que se convierten en foros culturales, sociales y musicales, con un bar muy singular. Un espacio intelectual en donde abunda la libertad de expresión, la creatividad y el desahogo social. En Can Batlló, ningún vecino cobra por lo que hace y el dinero que gana el bar se destina para invertir de nuevo en el proyecto, haciéndolo sostenible.
Lo mismo ocurre con la política. Nunca había estado en un barrio que participara tanto en su política del día a día, en la política verdadera, la cotidiana, la que sí se puede tocar. Cada semana hay reunión de colonos y se toman decisiones a manera de consenso. En Sants la comunidad se pone de acuerdo en cómo usar sus recursos y le da seguimiento muy cercano a sus respectivos funcionarios. También, y de manera conjunta, los vecinos y las autoridades crearon un huerto público en el que todos pueden sembrar y cosechar. Un huerto en medio del asfalto de la ciudad. En Sants aprendí que la política sí puede ser horizontal, incluyente y participativa; la comunidad decide qué se hace y qué no, y se hace mucho. Y así, se han levantado espacios deportivos, ferias comerciales y eventos culturales. Se ha buscado mantener las tradiciones y los símbolos populares; invocar el recuerdo de los ancestros.
En Sants también me tocó dejar mis primeros currículums y conocer a gente de todo el mundo que, como yo, nos buscábamos otra vida en Europa. Mi mejor amigo era un gran tipo de Bangladesh que atendía la tienda de la cuadra y con el que entablé grandes conversaciones. También me tocó ir a una marcha por la igualdad de género el 8 de marzo, me tocó ir a varios conciertos gratuitos, a noches de trova para ancianos, a una fiesta de vascos, a la famosa quema de los Diablos y ver cómo el Barça dio una enorme remontada contra el París Saint Germain y cómo el barrio se volvió una locura, y es que estábamos a espaldas del Camp Nou y el juego era de Champions.
Por último, de Sants me fui con un enorme espíritu de agradecimiento. Y es que nunca olvidaré a todas las personas que me ayudaron en mi camino, y sobretodo a dos estupendas catalanas; la Marina y la Natalia. La primera más mexicana y la segunda más andaluza. La primera una amiga de toda la vida y la segunda una que apenas conocía. Las dos, me ayudaron mucho y me llenaron de buena energía en los momentos difíciles, momentos de prueba en el camino. Momentos en los que no sabes qué va a pasar, pero sabes que algo pasará. Que ya está pasando. Momentos históricos en tu vida, momentos que son esenciales en las aventuras. Por eso, siempre estaré agradecido con Marina y con Natalia. La primera más racional y la segunda más emotiva. Las dos, mujeres que son congruentes y que actúan. Cada una a su manera me enseñó mucho y me compartieron orgullosas su barrio, el barrio de Sants.