La Ciutadella

El sol calienta el pasto y sopla libertad en el viento. Tres senegaleses están cascareando y otros más están tocando una especie de tambor. Hay mucha gente practicando las artes del circo, de la yoga y del juego. Y a lo lejos, una valiente guitarra republicana entona una canción de amor.

Una banda de suecos, brasileños  y rumanos están haciendo malabares y capoirea. Turcos, musulmanes y alemanes lanzan versos de hip hop. Varios catalanes, argentinos y franceses comparten el ritual del mate, el vermut, y la cerveza. Y por momentos, pareciera que las palmeras se van meciendo con la misma cadencia con la que varias parejas se declaran amor.

Un simpático paquistaní vende te chai mientras va silbando una fascinante melodía. Hay círculos de danza, otros juegan canasta y algunos están en plena meditación. Se escuchan risas y se respira la dosis perfecta de rebeldía. Tribus de diferentes partes del mundo conviven sin reparo a mi alrededor. 

Estoy entre las ramblas del mar y los pulmones del Born. Estoy en uno de los lugares más surrealistas, multiculturales y diversos que existen en esta cara de la tierra. Estoy en un lugar donde no existen separaciones ni fronteras. Un lugar donde, por un momento, pareciera que todos somos iguales. Estoy en mi lugar favorito de Barcelona. Estoy el parque de la Ciutadella. Estoy, y aquí está contento mi corazón.

La tela histórica qué hay detrás de este lugar es interesante y vale la pena contarla. Hace trescientos años el imperio absolutista de Felipe V invadió Catalunya, y al tomar la ciudad Condal, construyó una enorme fortaleza a manera de prisión, que llevaría el nombre de La Ciutadella. Poco a poco, la Ciutadella se fue convirtiendo en un símbolo de represión, poder e injusticia; ahí se colgaba a cualquiera que estuviera en contra de la autoridad. Pero con la Revolución de 1868, el pueblo catalán derrocó a la reina Isabel II, y así La Ciutadella fue cambiando de aires y de cara. Poco a poco, se fue volviendo un respiro en una ciudad, que de ocio, estaba muy necesitada. 

Otro hecho que marcó la historia del lugar, y también de gran parte de Barcelona, fue la Expo Universal de 1888 que colocaría al puerto catalán en el ombligo del mundo. El Arc de Triomf y el parque en la antigua Ciutadella fueron algunas de las obras principales de una feria que vio nacer el modernismo. De hecho, fue el mismo Gaudí el autor de la emblemática Cascada Monumental del parque con un estilo nunca antes visto. La Expo fue un éxito y La Ciutadella tomó un nuevo sentido. Ahora era un lugar de esparcimiento para ciudadanos del mundo. Un espacio público, cultural y artístico; un oasis verde en medio de la ciudad.

Hoy la Ciutadella es un parque público y un patrimonio histórico y artístico del mundo. Entre el verde del pasto y el amarillo de su arena, se encuentran el Museo de Geología, el Museo de Zoología, un enorme solar, un Umbráculo con plantas de cuatro continentes y un Invernáculo que tiene la misión de conservar decenas de especies botánicas. Vaya maravilla, lo que llegó a ser una temida cárcel, hoy es un parque científico y cultural, un espacio recreativo para el pueblo catalán.

Para mi la Ciutadella fue una especie de refugio. En los días en los que no me hallaba en la ciudad, este original parque fue mi guarida. Y es que ahí me sentía como cualquier otro peregrino en búsqueda de su camino.  Me emocionaba ser parte de esa guajira mezcla y me hacía sentir cómodo su anonimato, su desfachatez y la idea de ser otro aventurero clandestino. Y así, y sin pensarlo tanto, La Ciutadella ya se había convertido en mi lugar favorito.