Llegué al barrio de Sants a las nueve de la mañana de un martes siete de marzo en un autobús que había viajado toda la noche. Cargaba la misma mochila con la que he viajado en los últimos nueve meses; los mismos pantalones, los mismos calcetines, las mismas ilusiones y las mismas siete camisas. Llevaba lo mínimo y lo indispensable. Llevaba lo suficiente. Llevaba puestas las ganas de intentarlo y de no quedarme con la duda. Llevaba un par de promesas y muy poco dinero.
A Catalunya llegué después de haber viajado por el sur de México, el este de California, las dos islas de Nueva Zelanda, la costa este de Australia, el cabo sur de la India, el mar de Bengala, la frontera con el Himalaya, el este y el oeste de Berlín, y el puerto de Palermo, en Sicilia. Hice curiosas escalas en Kuala Lumpur, Moscú y las Islas Fiji. Recorrí más de noventa mil kilómetros entre trenes, autobuses, aviones, bicicletas y varias largas caminatas. Estuve en once países y cuatro continentes desde que cerré la puerta de la que era mi casa, y aunque me pesaban las botas y me acompañaban las dudas, llegaba a Barcelona con dos misiones; conseguir un trabajo para seguir viajando, y comenzar a escribir todas las historias que desde hace tiempo llevo cargando entre el pecho y las costillas. Las historias del viaje de mi vida.
Hoy te puedo escribir que la primera misión la conseguí a la segunda semana de haber llegado y que fue una de las experiencias más divertidas de mi vida. Que todos los días contaba fantásticas historias de Montjüic, Tibidabo, el Gótico, la Catedral del Mar, el Raval, la Ciutadella, la Sagrada Familia, el modernismo, la arquitectura y la genialidad de Dalí, Gaudí y Picasso. Que viví en un fascinante barrio, que conocí personajes de novela y que hubo personas que me ayudaron mucho, personas que realmente están llenas de buena energía.
También te puedo escribir que viví en una de las ciudades más auténticas, rebeldes, creativas y participativas de esta tierra, y que yo, ya soy otro ciudadano del mundo. Sé lo que es vivir con poco y sé que a veces no es fácil estar tanto tiempo lejos de casa. Sé que no es fácil estar solo. Pero también sé que todo se regresa y que la vida te sorprende cuando menos te lo esperas, que de eso están hechas las odiseas. Porque al final del camino todo vale la pena. Porque si esta vida es de momentos, me siento vivo. Porque si no hay galope, se nos para el corazón.
Por último, te escribo que ya no vivo en Catalunya. Decidí seguir con el viaje y conocer nuevas tierras y una nueva cultura. Decidí seguir recorriendo el mundo a lado de la mujer de mi vida, decidimos seguir el camino por Dublín. Y te escribo, porque estoy comenzando una nueva aventura, porque todo llega a su tiempo y porque más vale tarde que nunca. Sin más, comenzaré mi relato con el séptimo capítulo del viaje de mi vida. Mi vida que se ha vuelto una constante aventura. Mi vida que está buscándose la vida. Mi vida, que en los últimos cuatro meses, estuvo en catalán.