Valles verdes que se mezclan con el cielo. Colinas infinitas. Caminos de tierra rojiza entre bosques que se mueven, que están vivos. Los árboles más altos y pájaros nunca antes vistos. Inmensas montañas, nieve en la cordillera. Lagos profundos que han estado ahí por millones de años. Volcanes, rocas y cientos de islas. Granjas de corderos y casas de madera, humo en las chimeneas. El sol que sale y se refleja entre los ríos, casi siempre se ve la gran nube blanca. Cascadas, muchas estrellas y nuevas constelaciones. Polvo cósmico. Aventuras, leyendas, neblina y tiniebla. Magia. Sopla el viento fuerte, como si hablara. Y el mar, el mar también se aparece. Nueva Zelanda no fue sacada de un cuento, los cuentos se inspiraron en Nueva Zelanda.
Cuenta la anécdota que alrededor de 1930 un escritor británico nacido en tierras que hoy son sudafricanas se imaginó otro mundo, otro espacio y otra tierra. John Ronald Reuel Tolkien fue construyendo un fantástico imaginario de otra época, de la edad de la tercera era. En ese mundo, fue narrando historias y aventuras que ocurrieron hace miles de años, cuando los humanos no habitaban la tierra. Retomó leyendas germanas y fue tejiendo una maravillosa historia de duendes, reyes, elfos y magos. Su imaginación fue tan brillante, que también creó a detalle un mapa de toda la región e inventó un lenguaje con una secuencia perfecta de acentos y fonemas. Su universo pertenecía a la fantasía, pero era tan exacto, que parecía verdadero. Comenzó escribiendo poemas y luego fue creando una secuela de cuentos -concebidos para ser contados a sus hijos- que pasarían a la eternidad. Así llegó “Roverandom”, “El Silmarillion”, “El Hobbit” y su obra maestra, “El Señor de los Anillos”. Creó una filosofía, una cosmogonía, un lenguaje y personajes épicos. Creó lo que para él era la “Tierra Media”. Y aún no sé si fue un sueño, pero yo caminé por ahí.
Aunque la tierra imaginaria de Tolkien quizás fue inspirada en Inglaterra y los alpes europeos, para muchos – entre ellos el director de cine Sir Peter Jackson- estas historias sucedieron en ambas islas de Nueva Zelanda. Y es que el escenario es perfecto, casi tan parecido como lo descrito, con lujo de detalle, por Tolkien en sus cuentos. Con tanta naturaleza, es imposible imaginarse que estás solo en el universo, que no existe la magia. Y así me sentí yo mientras caminaba por ese cacho de tierra. Creo que “El Hobbit” fue uno de los primeros libros que leí, y la emoción me ganaba sólo de pensar que aquí tomaron vida sus leyendas, sus relatos y su mitología. Cuando el cansancio pesaba y la espalda ya no aguantaba la mochila, sentir que estaba en un cuento de hobbits me devolvía el paso firme, el aliento y las fuerzas. Solamente conmigo y mi imaginación, andaba por veredas que se abrían paso entre los pasajes infinitos de la tan mencionada Tierra Media. Todo el tiempo fue mi motivación.
Por eso cuando dejé la región del Waitangi, en el lejano norte de Nueva Zelanda, sabía que mi camino tenía que seguir por la región del Waikato, mis corazonadas me llamaban a explorar la Platea Central de la Isla Norte. Mi brújula sólo apuntaba a una tierra que los maoríes llamaron “Matamata”, un valle que descansa rodeado de volcanes, aguas termales y una extensa cordillera. Mientras bajaba en un autobús hacia Taupo, sentía que a mis treinta y tres comenzaba una aventura más, una aventura inesperada. Ya estaba caminando por el bucólico “Legendarium” de J.R.R Tolkien, ahora tenía que conocer «La Comarca».