Nueva Zelanda

Pido permiso para hablar de estas tierras maoríes que ahora llevan el nombre de Nueva Zelanda. Pido permiso para narrar las historias que surjan de sus mares, lagos, valles y montañas.

Salí un lunes en la noche de Los Angeles y llegué un miércoles por la tarde a Auckland, Nueva Zelanda, un puerto en el que la vida va diecinueve horas después. Esta ciudad parte en dos la Isla Norte de Nueva Zelanda, al extremo sur del océano Pacífico. Sus coordenadas son privilegiadas, al este convive con el Golfo de Hauraki y al oeste toca el Mar de Tasmania. Es la ciudad más poblada de toda Nueva Zelanda y tan sólo tiene un millón y medio de habitantes, un cuarto del total de personas que viven en este país. La mayoría son de ascendencia polinesa, europea y asiática, pero aquí vive gente de todo el mundo.

Yo llegué a la casa de un francés de unos sesenta años que rentaba un cuarto a buen precio. Para llegar desde el centro, hubo un camión, una colina y una larga caminata. Ya eran las once y media de la noche y no había nadie en las calles, estaba en un suburbio al norte de Auckland. Mientras buscaba el veintidós del Heaven Road entre el silencio y la oscuridad, muchas cosas pasaban por mi cabeza, sobre todo emoción. Al llegar, toqué un par de veces la puerta de una barda de madera que rodeaba la casa, y a lo lejos se prendió una luz. Cuando la puerta se abrió, sólo escuché que alguien dijo “Kia Ora”, bienvenido en lengua maorí.

Mr. Girard es un hombre jubilado que lleva treinta años viviendo en Auckland. Sus dos hijas nacieron aquí, está divorciado y ahora vive con su novia. Esa noche me ofreció de cenar y un par de copas de vino, era un tipo relajado. Me contó muchas historias de las dos islas, entre ellas, que no hace mucho aquí habitó otro pueblo, que éstas eran tierras maoríes.

Las islas de Nueva Zelanda se formaron hace 180 millones de años al desprenderse del Gondwana, una ancestral laja de tierra de donde todo comenzó. Los primeros habitantes – y los únicos por mucho tiempo- fueron navegantes maoríes que llegaron alrededor del año 1300 procedentes, según se cree, de las islas polinesas. Cuentan las leyendas, que llegaron siguiendo el viento y las estrellas, siguiendo a «Kupe», un solitario marinero que con el tiempo se volvió profeta.

Para ellos, en el principio de los tiempos todo era oscuridad y vacío. Sólo existía la nada, el «Te Kore». Con el paso del tiempo, surgieron Ranginui, el dios del cielo, y Papatuanuku, la diosa de la tierra. Se enamoraron, se juntaron y tuvieron seis hijos; Tanagaroa, la diosa del mar, Tane, dios del bosque, Tawhiei, el dios del tiempo, Rongo, dios del cultivo, Haumia, dios de las plantas, y Tu, dios de la guerra. Cuando los hijos se separaron de los padres, se hizo la luz y la naturaleza. Su dios creador fue Tane y, a diferencia de otras religiones, en este lado del mundo primero se creó a la mujer.

Por más de cuatrocientos años estas tribus vivieron en sintonía con la naturaleza. Recorrieron ambas islas y poblaron las regiones del Waikato, el Taranaki, el Wairarapa, el de Manawatu, Wikitapo, Wanaka y Kaikoura, entre muchas más. Aquí encontraron a Pounamu, la gran piedra verde con la que cazaban, cultivaban y pescaban. Una piedra que también era una ofrenda a los dioses, un jade opaco con un significado muy especial. Y es que la piedra lleva consigo la energía o el maná de cada generación con la que ha convivido. Entre más vieja es, más historias cuenta. Hay piedras que han estado aquí millones de años. Así, los maoríes formaron un pueblo próspero, una lengua nativa y una brillante cultura.

Sin embargo, en 1642, un explorador holandés de nombre Abel Tasman arribó a estas islas y aunque no pudo desembarcar, no tardó en dar la gran noticia al viejo mundo: había una tierra fantástica llena de montañas y rodeada de agua que él mismo llamó “Nieuw Zeeland”. Cien años después, el capitán inglés James Cook encabezó una expedición que terminó en una cruel colonización que se prolongó hasta 1847, cuando se firmó el tratado de Waitangi. Los maoríes acabaron perdiendo su lugar en esta tierra, y se les impusieron otras costumbres, otras creencias y otra lengua. Muchos cayeron de pie y otros terminaron siendo esclavos. En el norte de la colonia británica proliferaron las granjas, la agricultura y la pesca. En el sur, las minas de oro.

Al ir leyendo todas estas historias de tierras tan lejanas, me fui dando cuenta que no había aterrizado en Auckland, Nueva Zelanda, en realidad había llegado a Aotearoa,  que para los maoríes significa “la tierra de la larga nube blanca».

El segundo día que estuve ahí salí a recorrer la ciudad y conocer bien el centro. Me gustó mucho el “Britomart” que es un puerto histórico donde sale pasaje y mercancía a decenas de islas cercanas y al mundo entero. Desde el muelle, hay una muy buena vista de los rascacielos y los viejos edificios de la ciudad, acompañados con el color esmeralda de la bahía y el mar. La calle principal es Queenstreet y la ciudad brilla porque está llena de parques y plazas públicas. Cuando sale el sol vale la pena ir a Albert Park, a Aotea Square, o sólo caminar. Es una ciudad con mucho mar y mucho verde.

Esa noche me quedé en casa de una pareja local que por primera vez hospedaba a alguien en Airbnb. El marido, un neozelandés serio y tosco, me puso a prueba con una ráfaga de preguntas y un acento cerrado. Al final, acabamos siendo amigos y platicamos un buen rato. Me recomendó varios lugares y me insistió que tenía que ir más arriba en la Isla Norte, que tenía que salir a explorar. De hecho, me dio un consejo que me ha acompañado durante todo el viaje: “mantente lejos de las ciudades, la verdadera Nueva Zelanda está más allá». A las tres de la tarde del día siguiente, ya iba rumbo a Paihia Beach, en Bay of Islands. Me dirigía emocionado al lejano norte, y ya caminaba por Aotearoa.

Bibliografía:

Pounamu, Te Rūnanga o Ngāi Tahu

http://www.teara.govt.nz/en/ideas-of-maori-origins/page-1

http://www.teara.govt.nz/en/riri-traditional-maori-warfare?source=inline

http://www.guiadelmundo.org.uy/cd/countries/nzl/History.html

*Nota: los nombres o direcciones que aparecen en el relato son ficticios por mera privacidad.