La cabaña de Hemingway

Salimos rumbo a Mahahual, pero la vida quiso llevarnos a Tulum. Salimos buscando un hotel, pero la vida quiso que durmiéramos en una cabaña con techo de guano, paredes de madera y una ventana grande hecha con polvo de estrellas. Una cabaña que era camarada del mar, de los pelícanos y de la selva; inspirada en una novela de aventuras cuyo autor posiblemente naufragó cerca de estas playas caribeñas. Una cabaña que por algo lleva el nombre de Hemingway, y que durante tres días, fue la posada de mi familia, de mis alegrías y mis mareas.

De esos días en Mahahual, Tulum y Bocapaila, me llevo muchos momentos que caminarán a mi lado en mi paso por esta tierra. Me llevo la imagen de mi madre contemplando con pie firme el mar de Mahahual, un año y medio después de una dura operación de columna de la que se recuperó de manera valiente. Doy gracias al cielo por eso. De ella, me acompañará su energía positiva, su mente brillante y su actitud congruente. No olvidaré verla meditar, leer y flotar ligera sobre la acuarela turquesa del mar. No olvidaré ninguna de sus sonrisas.

También me llevaré la noche que me quedé platicando en la playa con mi hermano Santiago. Emocionado y alegre, me dio una cátedra del sistema solar, del origen del cosmos y de la alineación de la tierra con el sol, la luna y las estrellas. Me enseñó de pléyades, constelaciones y planetas. Con lujo de detalle, me contó el valor de las teorías del origen del universo de Stephen Hawking, me explicó el por qué de los hoyos negros y cómo la curvatura del espacio y del tiempo se manifiesta en un efecto marea. Porque al final, sólo somos espacio, energía y materia. Siempre admiraré todo el conocimiento que Santi tiene; su inteligencia, su retentiva y su maravillosa imaginación.

De mi padre, me llevo la última mañana en la que me despertó muy temprano para ir a nadar al mar. Llovía fuerte y el agua estaba templada, casi caliente. Volaban pelícanos, pájaros y gaviotas; el mar tocaba el cielo y la vista era espectacular. Ahí, platicamos un buen rato y nos contamos nuestros planes, nuestras penas y nuestros proyectos. Nos escuchamos y nos dimos buenos consejos. Al final de la conversación, me dijo con la voz entre cortada: “Hijo, que Dios te bendiga en tu viaje». Cuando caminábamos de regreso a la cabaña, la lluvia paró y se dejaron ver los primeros rayos de sol.

Al tomar la carretera de Cobá para volver a Mérida, mi espíritu estaba contento. Qué dichoso soy de tenerlos. Y es que los días en la cabaña de Hemingway estuvieron llenos de nostalgia, magia y recuerdos. Todo el camino de regreso estuvimos escuchando la música de mi madre; Sabina, Raphael, José Luis Perales, Mocedades, «El Puma», Serrat, Ana Belén, los Beatles y Bob Dylan le cantaron a una familia que volvía más unida. Un equipo que no se suelta en las caídas y que comparte un cariño infinito que me acompañará en ésta, y mis siguientes vidas.

 

Fuentes: Con datos de La bella Teoría