Cuenta la leyenda nahua, que una noche Quetzalcóatl cayó rendido en el valle luego de una larga caminata. Frágil y hambriento, se encontró con un conejo al que le suplicó algo de alimento. El conejo le compartió zacate, pero la serpiente emplumada necesitaba mucho más. Ante el dilema y la agonía del Dios, el conejo ofreció su vida como ofrenda a la luz del universo.
Quetzalcóatl, deslumbrado por tal generosidad, recuperó fuerzas para continuar su viaje sin tener que probar bocado, y para honrar al conejo, lo llevó al lado más brillante de la luna. Y ahí, lo nombró guardián del universo.
Desde que escuché la leyenda del conejo miro con detenimiento la luna, y cuando está llena, me da por ponerme a pensar.
Y es que la luna está llena de historias y brilla para todos. Brilla para los caídos, los genios perdidos, y para todos los que dudan. Brilla entre el rumor del miedo, el reclamo del ego y las tentaciones del desierto. Pero también brilla con confianza y con coraje, brilla para devolver el equilibrio y para recordar nuestra intención. Brilla para los que conspiran a favor del universo, para aquellos valientes que creen en el poder de los sueños.
Locos que no olvidan sus ideales y que buscan vivir la vida de otra manera, una que sea más relajada y austera, una que sea verdadera. Después de todo, la luna brilla para los que quieren disfrutar del viaje, para los que aún creen en el amor.
La luna también es fuente de energía. Es la guardiana de la noche, abuela de la fertilidad y de la fuerza femenina, de las siembras y de los ciclos de la vida. Alumbra a todos aquellos que están al acecho para cuidar su energía, a los que buscan despertar su poder. Su luz, reflejo del sol, es bálsamo para el alma.
Y es que ilumina a los que conversan con el espíritu de la tierra y a los que entienden su relación con la naturaleza, ilumina al que se ha vuelto aprendiz. Desde lo más humilde y desde lo más sereno. Como diría mi madre, ‘escuchando los sonidos del silencio’.
Hace poco pasé unos días en la inmensidad de la costa del Pacífico y, en una noche de luna llena, alcancé a ver por primera vez al conejo de la luna.
Pude ver esa sombra que le da vida a la leyenda cuando se esconde del abuelo sol. Y ahí, me sentí libre y ligero, se puso contento el corazón. Porque me ilusiona el camino que recorro, porque sé que mi existencia acaba de tomar un nuevo sentido, porque estoy haciendo lo que más quiero, porque voy en búsqueda de la libertad.
Y es que si te fijas, la luna brilla y va iluminando en el mar un sendero. El sendero del guerrero. El mismo que algún día tomó el conejo que dio la vida por el cosmos, el guardián del universo.