Mi madre

Se me inflama el pecho cuando veo que mi madre vuelve a caminar. Se me inflama el pecho y me salta el corazón. Se me inflama el pecho cuando me toma de la mano y volvemos a platicar. Se me inflama el pecho cuando veo que acaba de atravesar una cirugía de 9 horas y todavía se da el lujo de bromear. Incluso, se me inflama el pecho cuando veo que el dolor de la pierna izquierda no la deja descansar, y es que eso significa que la vida le ha dado otra oportunidad.

Hace más de 10 años mi mamá se golpeó la espalda al jugar con nosotros en un Sábado de Gloria, en Huasca, Hidalgo. Ésa pudo ser la causa de un desajuste en la columna que con el paso de los años fue oprimiendo los discos que están entre las vértebras lumbares y las vértebras sacras. Luego de varios meses buscando remedios alternos, quiropraxia, acupuntura, manejo de energía, diferentes opiniones y mucha espiritualidad, la decisión de operarse se tomó a finales del año pasado. El dolor ya era insoportable.

Así, mi madre se operó el miércoles 4 de febrero del 2015 en una zona del cuerpo sumamente delicada. Existía el riesgo de una paraplejia.

Pero la cirugía fue un éxito y mi madre una valiente. Durante horas se intervinieron varios músculos, nervios y cinco vértebras de la espina dorsal. De hecho, se encontró una fractura y se tuvo que instalar una barra de titanio con varios tornillos quirúrgicos. La operación dejó una herida de cuarenta centímetros y cuatro litros de sangre perdidos. Cuentan los doctores que no fue nada fácil, se manipularon huesos, fibras y tendones justo en la parte que da soporte a la pelvis, al tronco, al cuello y a la cabeza. El punto de equilibrio, el centro de gravedad.

La recuperación se ha convertido en un camino de iniciación; una auténtica subida. Después de una cirugía así, los sentidos se van recuperando poco a poco y el cuerpo tiene un ciclo para adaptarse, hubo mucha manipulación. En los últimos días me ha tocado ver su dolor pero también su resistencia. Sus miedos pero también su atrevimiento. Todo su sufrimiento pero también todo su esfuerzo. Su determinación. Toda la paciencia para llevar tres semanas sin dormir y sin poder acomodarse. Pero también todo su espíritu y toda su intención. La fuerza más grande de mi madre, la fuerza del corazón.

Y es que siempre supe que mi madre era una guerrera. Una mujer progresista, sensible y estudiosa. Una mujer de ideales y de causas. Independiente. Alguien con un genuino llamado en búsqueda de una igualdad social. Madre de tres hijos que dejó el alma para combinar la chamba con la vida en casa. Alguien que se desvivía por estar con nosotros. Una madre llena de historias, relatos, sueños, y un fascinante pasado. Una mujer alegre y carismática. Magia blanca. Alguien que siempre te hace reír y que siempre deja el corazón. El pilar más sensible de nuestra familia. Mi debilidad.

Una mujer que trabajó más de 30 años, primero como abogada laboral y luego como Presidenta de la Junta de Conciliación y Arbitraje de Yucatán. Esto, para luego retirarse y emprender el reto de estudiar una maestría en Psicología, de la cual se graduó con honores el año pasado. Una esposa que siempre ha estado ahí y que junto a mi padre, ha formado un gran matrimonio. Una pareja que sigue de la mano y que de manera sutil ya exige nietos. Mi adoración.

Es por eso que hoy celebro a mi madre. Celebro incluso que le duelan las piernas y que le cueste trabajo caminar. Celebro que esté ahí para recuperarse. Celebro al darme cuenta que poco a poco va venciendo sus fantasmas y sus miedos. Celebro que cada vez confíe más. Celebro que tenga toda la fuerza para seguir recorriendo su camino. Celebro incluso que por momentos se queje, y es que eso significa que mi madre está sintiendo la vida. La vida que le ha dado otra oportunidad.