La Pluma

Cuelga de mi pecho una pluma que se ha vuelto la brújula de mi camino en los últimos días. Cuelga de mi pecho un saco de estrellas y quimeras que me recuerdan lo que realmente vale la pena. Cuelga de mi pecho el coraje suficiente para encarar todas las caídas de esta paradójica aventura. Cuelga de mi pecho un manojo de sueños y deseos. Cuelgan de mi pecho el mar, las olas y los desiertos. Cuelgan también las ganas de vivir cada ironía y cada momento. Al final, cuelga de mi pecho una pluma con la que escribo el viaje de mi vida. Cuelga un amuleto.

Hace no mucho una chica me preguntó por qué traía un collar de hilo con un dije de metal en forma de pluma. Su mirada fija me puso a prueba y por más que saqué un costal lleno de historias alrededor de las plumas, ninguna la convenció. Todo ese día me quedé pensando por qué traía una pluma colgando en el pecho y por qué llevaba años diciendo que la pluma era la médula de mi destino. Sabía que siempre me había acompañado el misterio de la pluma, pero no sabía cómo explicarlo.

Para mí, una pluma es una metáfora. Significa la levedad del alma y su aleatorio camino por los mares del azar. Es el vuelo y el viento. Es el vaivén y el ritmo natural. Es energía. Es la narrativa de mi vida que no se explica muy bien por dónde va, pero sabe que se está moviendo. Y es que me es difícil estar quieto. Así, la pluma se convierte en una especie de reportero que con los ojos bien abiertos reflexiona todo lo que está viendo. Soy un tipo que cree en las señales y las corazonadas. En el instinto. Alguien que siempre quiso ser aprendiz de mensajero.

Pero la pluma es mucho más. Cuenta la leyenda Wixárika que desde el principio de los tiempos las plumas han sido símbolo de protección, de maestría y conocimiento. Sólo los viejos sabios de los pueblos originarios podían portarlas y las usaban para cuidar, entre muchas cosas, el espíritu. Para los indígenas de Mesoamérica, la madre tierra es la gran fuente de energía y los verdaderos guardianes cuidan de ella. Surgimos de la naturaleza y nos debemos a ella. De hecho, hay leyendas que dicen que somos originarios de las estrellas.

Al final, lo que más me llama de las plumas es que sirven para escribir. Para contar historias. Desde niño me impresionó el baile de las palabras y cómo se puede jugar con ellas. Sólo los fonemas me hacían volar. Con el paso de los años, me fui dando cuenta que vivo de anécdotas, relatos y misterios. A veces vivo en mundos fantásticos y a veces también me invento cuentos. Otras, encuentro en la pluma la melancolía y la realidad, me voy dando cuenta de todo el amor que tiene la soledad. Y es que después de todo, dejar algo escrito significa dejar algo de mí.

Por eso las plumas son tan especiales y por eso creo que soy una pluma. Una pluma que no tiene un camino escrito, porque diario lo va escribiendo. Una pluma que no sabe la aventura que vivirá mañana, porque vive del momento. Una pluma blanca que está llena de magia y que con el tiempo quiere convertirse en curandero. Una pluma que también vive de nostalgias y recuerdos. Y es que si volviera a ver a esa chica que me preguntó qué significaba la pluma que cuelga de mi pecho, sólo le pediría que me tomara de la mano y sintiera lo mismo que yo siento.