Algo está sucediendo en México. Desde hace muchos años hay tierras de este país que están muy calientes; todos los días se derrama sangre y todos los días se abre fuego. El narcotráfico comenzó financiando muchas campañas políticas y ahora muchos políticos son cabezas del narco. No importa el partido político, todos tienen casos de complicidad con el crimen organizado. Tampoco importa si son policías o sicarios, son crímenes de Estado. Violencia injustificada contra todos los derechos humanos. El amor está en tiempos de cólera y el pueblo ya está harto.
Este es el relato de una de las noches más salvajes que ha vivido mi país en los últimos 40 años. Desde cualquier trinchera, es imposible sentirse ajeno.
El viernes 26 de septiembre un grupo de al menos 80 estudiantes de la Normal Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa viajaba en una caravana de tres autobuses a las afueras de Iguala de Independencia, en Guerrero. Pasadas las ocho de la noche, unos policías Municipales los acorralaron y comenzaron a disparar contra ellos. Algunos muchachos alcanzaron a salir corriendo y otros se escondieron entre los asientos. Minutos después, los policías abandonaron el lugar y sólo quedó silencio. Aún no daban las nueve y ésa sería la primera de dos balaceras que recibirían los jóvenes de Ayotzinapa en la misma noche.
El segundo ataque llegó entre las 11 y las 12, la prensa ya estaba ahí. Los estudiantes no se movían del lugar para proteger las evidencias, cuando unas camionetas de doble cabina se frenaron a contra esquina y algunos encapuchados iniciaron el tiroteo. Un brutal tableteo de diferentes calibres se dejó caer a sangre fría contra los compañeros de Ayotzinapa. Murieron dos estudiantes en el momento y otro cayó después. Las balas perdidas también le quitaron la vida a una mujer, al chofer de un autobús y a un chavo de 15 años que jugaba con los Avispones de Chilpancingo, de la Tercera División del futbol mexicano.
Pero la situación era aún más grave. Esa misma noche también desaparecieron a varios estudiantes. Se llevaron a 43.
En el campo de Guerrero, las oportunidades para los jóvenes son mínimas. Son muy pocos los que llegan a estudiar y la mayoría prefiere irse a los Estados Unidos o enrolarse en el narco. En todos los pueblos de la sierra se sabe que el Ejército deja trabajar a los capos y que los policías Federales, Estatales y Municipales son parte del juego. Hay un vacío de autoridad. De hecho, los estudiantes de Ayotzinapa que sobrevivieron cuentan que las dos balaceras fueron a 50 metros de un retén militar. Los ataques duraron varios minutos y se registraron más de 400 impactos de bala. Ningún soldado apareció.
Han pasado 45 días y aún no se sabe dónde están los 43 estudiantes. Hay versiones que aseguran que la misma noche del tiroteo se los llevaron a lo alto de un cerro y los quemaron entre ramas y gasolina, pero nada se ha comprobado. El gobierno Federal ha cambiado varias veces el discurso y su versión de los hechos. A la fecha no hay ningún estudio serio ni pruebas concretas, pero abundan las especulaciones y los supuestos. Sin embargo, en Ayotzinapa los padres de familia ya están desesperados y exigen acciones. No están pidiendo un favor, están pidiendo justicia. Y a pesar de todo, siguen pidiendo a sus hijos vivos, porque vivos se los llevaron.
Resulta inverosímil que el gobierno Federal siga cuestionándose lo que sucedió con los 43 jóvenes a estas alturas. Muchos aseguran que en realidad las autoridades Federales saben exactamente lo que pasó con los muchachos de Ayotzinapa, que siempre supieron. Hay quien dice que los autobuses llevaban droga de a millones de dólares, y que el narco -coludido con la policía, el gobierno y el ejército- no podían dejarla en manos de los estudiantes, era muy alto el riesgo. Se dice, que el Estado lleva semanas engañándonos con los viejos modus operandis del poder; maquillando datos, administrando la información y mandando grupos de choque y chivos expiatorios. Vienen recuerdos de cómo se manejaron las cosas en Ocosingo, Acteal, Aguas Blancas, Tlatlaya y Atenco.
Muchos acusan al gobierno de Peña Nieto de tener una política de silencio frente al crimen y la impunidad que azota México. Su reacción sobre el caso Ayotzinapa fue tardía y evasiva. Le tomó 11 días dar una declaración oficial, no ha dado ninguna entrevista o rueda de prensa, y en muchos momentos se ha deslindando del problema. Se ha escondido. Su discurso se centra en lo «terrible» que fueron los hechos, como si él y su gobierno fueran totalmente ajenos. Eso no es lo que esperas del último responsable de tu país. Cada día y cada muerto, Peña Nieto sigue perdiendo credibilidad y respeto. Mucha gente nunca quiso este gobierno.
Lo cierto es que México vive momentos importantes y decisivos. El movimiento social sigue creciendo y los ánimos están encendidos. La gente está muy cansada y molesta. Sin embargo, soy de los que piensa que lo más importante en este momento es generar conciencia. Nunca he creído en la violencia como respuesta y pienso que si ha de llegar una revolución, debería ser una revolución sin manos, una revolución pacífica, una revolución interna. Luz para México. Porque hay maneras inteligentes de ser oposición. Porque me niego a pensar que no tenemos remedio. Porque no puede ser que en México, todos los días sean Día de Muertos.