Quién dijo que el dinero es la medida de todas las cosas. Desde cuándo el sentido del viaje se esconde en una cifra que se cotiza de manera ficticia y siempre cambia su valor. Por qué la vida se mediría a billetes y según quién las personas se dividen en clases. En qué momento confundimos el verdadero poder. Y para todo esto, en dónde acabará todo ese dinero cuando nos toque morir. No creo que valga la pena desgastar tanto tiempo y energía en tratarlo de conseguir.
Si seguimos esta reflexión, encontraremos que el dinero y el futbol son viejos amigos y mantienen una relación histórica llena de egos, claroscuros y misterios. Siempre fueron socios y con los años sus negocios sólo han ido crecido, disparándose en cifras inimaginables. Sus ingresos representan una jugosa mezcla que se obtiene principalmente por los derechos de televisión, los contratos publicitarios, la participación del Estado, el valor de los Clubes, las Ligas, las Selecciones Nacionales, las taquillas del estadio y todas las camisetas vendidas.
Según Forbes, el Real Madrid y el Barcelona son los clubes más caros del mundo. Cada equipo tiene un valor por arriba de los tres billones y medio de dólares. Entre su plantilla destacan los 150 millones de dólares que vale Cristiano Ronaldo y los 132 millones de dólares que le costó al club merengue traer a el galés Gareth Bale. Sin embargo, el hombre con la carta más cara es el argentino Lionel Messi y los 190 millones de dólares que vale su cláusula de rescisión. Eso, sin contar los 170 millones de dólares que le costó al Barça contratar a Neymar y Luis Suárez y los 160 millones que pagó el Real Madrid por James Rodríguez.
Si volteamos a México, expertos estiman que el valor del negocio alcanza los 100 billones de pesos y es uno de los tres mercados mejores pagados en todo el continente. El valor del Club América se calcula en 220 millones de dólares y su plantilla sobrepasa los 46 millones de billetes verdes. Tan sólo el precio estimado del Estadio Azteca es de 107 millones de dólares. Por su parte, se dice que las Chivas valen aproximadamente 310 millones de dólares con todo y su nuevo estadio. En estas cifras también figuran los Tigres y Rayados, sin contar todos los millones de dólares que ha invertido Carlos Slim en Pachuca, León y Tecos.
Y aunque con este panorama pareciera que el futbol se resume en número fríos, cifras y contratos millonarios, soy de los que piensa que el futbol es casi todo lo contrario. Es infinitamente más. Aunque existe una enorme industria a su alrededor, no podemos olvidar que al final la esencia del futbol siempre será el juego. El ritual de la pelota que convoca a dos equipos para que desplieguen toda su magia y genialidad. Porque después de la batalla en la cancha, lo que quedan son los momentos. Odiseas de piratas y sirenas que cambiaron el devenir del deporte más querido del universo.
Porque el futbol es una pasión que circula entre las venas y juega de manera caprichosa con el ánimo del aficionado. Es terapia y catarsis. Es un tren que carga y descarga agresiones, miedos y deseos. Un dogma que evoca conjuros, aprendices y maestros. Un paseo por el campo de los sueños. La ironía de los Dioses del estadio y esa sensación de levedad del alma cuando cae el gol en el terreno ajeno. La alegría y la tristeza en constante movimiento. La adrenalina y todo el sentimiento.
Al final, pienso que el futbol y el dinero se necesitan uno al otro para crecer en un punto medio. El primer gran error sería pensar que el dinero y el futbol están peleados o no pueden trabajar de la mano. Sin embargo, el modelo de negocio del futbol debe respetar la esencia del juego y de manera inteligente hacer sinergia con el área deportiva para encontrar un verdadero desarrollo sostenible y replicable. El dinero que genere puede encaminarse a buscar un crecimiento deportivo y un auténtico semillero de talentos. Un negocio que deje un legado, más allá de sus estados financieros.
Estoy convencido que las áreas deportivas y comerciales deben encontrar fronteras muy claras y transparentes. Los límites deben respetarse y entre ambos debe guardarse una autonomía. No todos los espacios, momentos y experiencias del futbol pueden estar a la venta. No se debe paquetear económicamente la intimidad del futbolista y la prioridad siempre será el juego, el espectáculo y sus protagonistas. Los anunciantes deben saber cuándo dejar jugar y los dueños del negocio no lo pueden poner todo en juego.
Porque el segundo error sería pensar que el futbol debe explotarse económicamente hasta agotar todos sus recursos y oportunidades. Tiene que haber un balance. Y es que aunque es cierto que el futbol como deporte no podría existir sin dinero, también es una realidad que el inmenso negocio del futbol se desinflaría si algún día los once de la tribu y todos sus seguidores dejaran de disfrutar el juego. El simple placer del juego.