El misterio de Tamburello

Transcurrían 12,8 segundos de haber iniciado la séptima vuelta del Gran Premio de San Marino y la historia estaba a punto de cambiar. El brasileño Ayrton Senna y su Williams FW16 se estrellaban de manera dramática contra el muro de contención de la curva más peligrosa del Campeonato Mundial de la Fórmula Uno: Tamburello. Se hizo el silencio. El mejor piloto de todos los tiempos se debatía entre la vida y la muerte en el momento cumbre de su carrera. Los segundos pasaban y Ayrton no reaccionaba. Nadie sabía si saldría vivo del misterio de Tamburello.

Nació en Sao Paulo en 1960 y tenía un don. El deseo insaciable de superarse constantemente. La necesidad de vivir cada instante apasionadamente. El talento en bruto y las ganas de comerse al mundo. El poder de arriesgar y creer en uno mismo. El trabajo y estudio de día y de noche. Un piloto que aprendió de Telemetría y estudió a fondo cada pieza y movimiento de su vehículo. Cuentan que volvía locos a sus mecánicos con tantas preguntas que les hacía. Para él, era vital saber. Cuestionar, investigar y saber. Antes de Senna, nadie había tenido ese grado de entendimiento, práctica y comprensión del automovilismo. Conocía todos sus lunares y escondites. Era un genio de la Fórmula Uno.

La primera vez que Senna tocó un volante fue a los cuatro años. Su padre le había construido un auto de madera y metal, con frenos de disco y el motor de una picadora de caña. Su primera carrera fue a los ocho años y a los trece ya estaba en un Campeonato Regional de Karts. Cuatro años después, ya había conquistado el primer Campeonato Sudamericano. A la Fórmula Uno llegó en 1984 con Toleman, una modesta Escudería inglesa que no prometía nada. Aunque su carro no era ganador, Senna impactó por su valentía a cada vuelta y su agresividad en la pista. Su primer podio llegó en el Gran Premio de Mónaco, donde el brasileño remontó 13 lugares y terminó sólo por debajo del que se convertiría en su eterno antagonista y motivación: el francés Alain Prost.

Tras un par de años en la Escudería Lotus, en 1987 llegó la primera oportunidad grande en su vida. McLaren lo fichó como segundo piloto y sería el mismo Prost el que le haría compañía. Ahí surgió una de las rivalidades más grandes que ha tenido el deporte mundial en su narrativa. La dramaturgia de Shakespeare, y de Woody Allen, la ironía. Senna se coronó Campeón en 1988, 1990 y 1991 y logró dos Subcampeonatos en 1989 y 1993. Alcanzó 41 victorias, 65 pole positions y 80 podios. Se convirtió en un ídolo mundial y en el orgullo de todos los brasileños que cruzaban años de carencias, crisis y caídas. En 1994, Ayrton Senna dejó McLaren y se fue a Renault-Williams, ya que supuestamente era la Escudería que traía los autos más veloces y la mejor tecnología.

Y así llegaría el trágico día. El Autódromo Enzo e Dino Ferrari del Gran Premio de San Marino sería testigo de una de las jornadas más oscuras del deporte. El Circuito italiano de Ímola era considerado uno de los más rápidos y peligrosos del mundo. Al final de una gran recta, se dejaba ver una temible curva amplia y prolongada donde se alcanzan velocidades frenéticas. La famosa Tamburello. El veneno de esta curva se esconde en el poco espacio que existe entre la pista y el muro de contención. El margen de maniobra y reacción no existe.

A 2,6 segundos de llegar a Tamburello, la computadora del monoplaza de Senna registraba que el brasileño pisaba a fondo el acelerador, como si quisiera demostrar algo. Con el motor a casi 14 mil revoluciones por minuto y viajando a más de 320 km/hr, Ayrton Senna sentía una fuerza de gravedad hacia el asfalto cuatro veces mayor que el peso total de su vehículo. Ahí, algo falló. El brasileño perdió el control de su monoplaza y salió disparado contra el enorme muro de cemento. Cuando chocó, un neumático se atoró en el chasis del auto y segundos más tarde salió volando a toda presión. La llanta alcanzó a golpear el costado izquierdo del casco de Senna, quien perdió el conocimiento inmediatamente. Horas más tarde, la leyenda fallecía.

La noticia congeló al mundo y las sospechas comenzaron. El caso se fue a juicio en Italia y varias fueron las hipótesis que rodearon el misterio de Tamburello. La primera apostaba a que la columna de la dirección del auto se había quebrado segundos antes del accidente. Sin embargo, cuando se recuperó la caja negra del monoplaza, se descubrió que la dirección estaba intacta en los últimos 0,6 segundos antes del choque. Otra hipótesis señalaba que el error había sido del mismo Senna, quien no pudo controlar el auto y no logró reaccionar. Una vez más, la computadora reveló que 1,8 segundos antes del impacto, Senna pisaba el freno a fondo y trataba de mover desesperadamente el volante. Pero entonces, ¿Cuál era la causa del drama de Tamburello?

La búsqueda incansable de los equipos para mejorar el desempeño de los autos había puesto en riesgo su estabilidad. Vaya cruel ironía. Así, las Escuderías habían modificado la aerodinámica de las máquinas para que estuvieran lo más cerca posible del suelo. Entre más pequeño es el espacio entre el chasis y el asfalto, más rápido pasa el aire y menor es su presión. Esto hace que el agarre a la pista sea mucho mayor y se corra más rápido. Es el efecto opuesto al de un avión. Para la física, este es el principio de Bernoulli. Para el automovilismo, esta reacción se llama “Down Force”. La amenaza recae en que si la base del auto llegara a tocar en algún instante el piso, el flujo de aire podría detenerse con lo que el coche pierde el agarre y el piloto pierde el control.

El misterio se aclaró cuando se demostró que un accidente previo en ese Gran Premio de San Marino había ocasionado que los autos circularan lento en lo que volvía la bandera verde. Con esto, los neumáticos se enfriaron y contrajeron, produciendo que los automóviles bajaran milímetros su altura. Testigos dicen haber visto chispas antes de que Senna entrara en la séptima vuelta a la curva de Tamburello. El aire dejó de pasar debajo del auto del brasileño, lo que explica la fuerza que lo arrastró hacia el muro de contención. En Tamburello había nacido la historia de un profeta hecho leyenda en el deporte motor.

Y así recordaremos a Ayrton Senna Da Silva. Como un auténtico mago sobre la lluvia. Como un piloto descarado, inteligente, rápido y atrevido. Alguien que siempre llevaba el coche más allá de sus posibilidades. Que hacía deslizar el auto sobre la pista. Que bailaba con su chasis y rebasaba con cierto toque de locura. Un hombre que constantemente hablaba de Dios e incluso lo citaba y lo leía. Los que lo conocían, decían que tenía guardianes que siempre lo seguían. Era un tipo divertido, bromista, pero también serio. Un tipo que supo ser humilde y sincero. Esta semana se cumplieron 20 años de la muerte de Senna. Un héroe que dejó la vida en la enigmática curva de Tamburello.