Detrás del Vive

Cuando la música está en el aire, todo puede pasar. Cuando la música es el lenguaje, grandes historias se pueden contar. Cuando la música es la inspiración, el imaginario colectivo comienza a soñar. Cuando la música suena fuerte, las emociones se pueden tocar. Cuando la música llega al sol, la energía se calienta y se contagia al bajar. Cuando la música se mezcla con la lluvia, la gente empieza a bailar. Cuando la música seduce a la noche, una pareja se vuelve a enamorar.

La quinceava edición del Festival Iberoamericano de Música y Cultura Vive Latino fue espectacular. Durante cuatro días de primavera chilanga, más de 250 mil personas vivieron los síntomas que la música puede causar: amor, desamor, nostalgia, locura y felicidad. Más de 100 bandas y cinco escenarios hicieron vibrar a la Magdalena Mixuca y su emblemático Foro Sol. Tembló en el Oriente de la capital. Despertaron contentos los dioses del altiplano y viajaron desde muy lejos Chaac, Ixchel y Kukulkán. Fueron momentos para siempre, instantes que no se olvidarán. En las siguientes palabras, cuento mi histora en el Vive, el indiscreto anecdotario de un treintañero soñador.

El reto era inmenso. Teníamos que producir la transmisión televisiva y radiofónica más grande y completa que ha tenido un Vive Latino. Era mi segundo año a prueba, y esta vez nada podía fallar. La noche anterior al festival, pocos fueron los que duermieron con tanta chamba que sacar. La noche más larga antes de la gran batalla de cuatro días que estaba por llegar.

Y así llegó el jueves y la trepidante actuación de decenas de bandas repartidas en un complejo deportivo muy cerca del aeropuerto de la ciudad. Y llegó el reencuentro de Zurdok, una banda de Monterrey que hace 10 años dominaba la escena del rock alternativo en México. Su música removió lagunas guardadas en la secundaria de toda una generación. «Nadie te quiere ver», «Si me hablas al revés», «Tropecé», «¿Cuánto Pasos?», «Luna», «Abre los ojos» y la furia de ‘El Gallito Inglés» levantaron el cántico y los saltos del público. No olvidaré el momento en el que logramos sacar una entrevista con ellos y pude cotorrear con los integrantes de la banda. No olvidaré el momento en el que Chetes aprovechó un tiempo muerto y empezó a tocar el piano del estudio de grabación, cantando algo inédito.

Pero esa noche algo más grande nos esperaba, el Vive recibía quizás al personaje más emblemático de esta edición: Trent Reznor ya alistaba la garganta en una noche despejada, fría, industrial, explosiva y melancólica. Y sin remedio, el Río Churubusco se desbordó. Y es que Nine Inch Nails ofreció un recital de culto y religión; fue un retrato perfecto del viaje underground de esta banda que comenzó a trotar hace más de 25 años en un garage perdido en Cleveland, Ohio. El invitado más oscuro del Festival no falló. No olvidaré la forma en que «Hurt» y «Closer» se entonaron en el escenario principal. Lleno total en el parque de béisbol.

Llegó el viernes y llegaron los discos viejos de Jumbo y su fascinante Restaurant. Una banda que fue parte de la ola regiomontana que en los 90’s re acomodó el mapa de la industria musical del país. Con el sol cayendo de frente, llegó «Siento Que», «Fotografía», «Cada vez que me voy» y la furia de un pequeño «Monotransistor». Viajaron recuerdos de mis dieciséis años, viajaron momentos desde lugares lejanos, viajaron melodías sencillas y viajó el rockanrol. No olvidaré los chascarros que tuve con Castillo, confesándole que era fan de su banda desde hace más de una década y desde una secundaria perdida en Mérida, Yucatán.

Al terminar, un sonido original e independiente llegaba desde lejanas tierras australianas; Cut Copy estaba listo para destapar deseos inquietos con una especie de electropop. No recuerdo haber visto a alquien que no saltara y bailara. No recuerdo otra cosa, más que amigos, risas y un poco de descontrol. El New Wave ochentero que salía de sus tornamesas a todos nos despertó. El ritmo cambiaba tanto, que por momentos parecía una tocada de punk.

Esa misma noche, pero en el Escenario secundario, la República de Chile también se hizo presente con Los Tres y su cuento de la Torre de Babel, una cocina Con Olor a Gas, y su «Déjate caer». Fue uno de los mejores conciertos de todo el fin de semana. Por todo lo que significaba el regreso de Parra, Titaez y Henriquez a México, su concierto fue como un hechizo que cubrió todo el Foro Sol. Y es que la banda que nació en Concepción en el 87′, hoy es una de las más influyentes en Hispanoamérica. Su setlist estuvo cargado de rockabilly, jazz, invitados especiales y hasta sonidos autóctonos de los pueblos indígenas andinos.

Pero al viernes le faltaba más. En punto de las 10:30 de la noche arribó desde Montreal un set de guitarras, piano, violín, una viola, violonchelo, un contrabajo, un xilófono, un teclado, una trompeta, un acordeón, una arpa y una peculiar mandolina, para formar una perfecta sinfonía retacada de Folklore. Arcade Fire cautivaba a propios y extraños con dos horas de extrañas y originales melodías que muerden el corazón. Win Butler y Regine Chassagne dejaron la voz con sus álbums «Funeral», «The Suburbs», «Neon Bible» y «Reflektor». Para los amantes de lo diferente, la noche no pudo saber mejor. No olvidaré la lucha que libré para tratar de sacar una entrevista con Arcade Fire, que al final no sucedió. Pero tampoco olvidaré como logré que una enamorada fan de Arcade Fire pudiera subir al backstage del escenario en el momento de su presentación. No olvidaré sus lágrimas, su agradecimiento y su pasión.

Todos sabíamos que el sábado era el día más rockero, más latino y más representativo de este Vive Latino. Y así fue. No importó la lluvia, no importó el calor y tampoco importó el granizo que a todos sorprendió. Se venían las presentaciones de El Gran Silencio, La Maldita Vecindad, Calle 13 y Los Tigres del Norte. El Foro Sol era testigo de un pletórico lleno, que a ojos de expertos, sólo se asemejaba al reencuentro de Caifanes que hace tres años sucedió. No cabía un alma más en ese sábado de baile, slam y música en español. Como un guión perfecto, la lluvia se fue y sólo quedó rock, rock mexicano que no descepcionó. No se olvidará el estruendo que causó El Gran Silencio con su «Chuntaro Style». No olvidaré ver a más de 70 mil personas coreando «Dejenme que estoy llorando». y el «Circulo de amor». No olvidaré nunca toda la energía de su cumbia, de su reggae y de su peculiar hip hop.

Me faltan las palabras para describir lo que causó La Maldita Vecindad y los Hijos del 5to Patio en su inevitable adiós. Me faltan las palabras para contar lo que se sintió con cada canción de esta banda chilanga que marcó una época, que editó uno de los mejores discos de los noventas, que integró nuevos ritmos para crear con «Circo» una nueva versión de nuestro rockanrol. Me faltan las palabras para contar como la luna y el mar llegaron hasta el Foro Sol. Como las estrellas le hicieron el amor a la noche, mientras la poesía de Rocco se escurría en cada rincón. Porque sólo el Vive Latino puede lograr esto. Porque en el Vive Latino algún día una pareja se enamoró. Porque en el Kumbala Bar, la noche es música y pasión.

Con el domingo llegó el reggae, llegó la banda y llegó el calor. En una grata visita desde Argentina, el Capitán Pelusa de Los Cafres comandó un recital con 13 temas y más de una hora de baile, cadera y corazón. El poder sudamericano se desató. Los Cafres son una banda que lleva más de 25 años en la escena del reggae en español. Como un genio con su lámpara, Guillermo Bonetto logró capturar la escencia de esa espectacular tarde roja, amarilla y verde. El reggae hizo que el Vive Latino tomara un diferente color. El reggae unió a los metaleros, a los rockeros, los electrónicos y a todo aquél que se dejó. El reggae nos revivió, el reggae la lluvia paró.

Con la puesta de sol, nos acercábamos al inevitable cierre del Vive en su quinceava edición. Faltaba La Gusana Ciega, Placebo, Fito Páez, Zoé y 2 Many DJS. Faltaba arrullar a las estrellas. Faltaba estar al lado del camino y faltaba sentir el amor después del amor. Ante el asombro de varios, La Gusana logró llenar el escenario principal y «No puedo verte» y «Celofán» se cantaron como himnos desde la primera fila y hasta el palomar. No olvidaré cuando decidí escaparme de la chamba para ir a su presentación. Como película, la banda tocaba bajo la lluvia y el sol al tiempo que el público entonaba el tema de «Tornasol».

Para las ocho de la noche, toda la explanada del escenerio principal estaba abarrotada ante la llegada de Placebo, banda londinense que en el 96′ vendió más de ocho millones de copias con su sencillo debut «Pure Morning», una pieza maestra llena de tristeza, belleza y dolor. Y así fue su show. Más de 70 mil personas se transportaron a los noventas y se desconectaron del presente, de sus cargas, de sus penas, las angustias y la preocupación. Un auténtico rock alternativo invadía desde las entrañas de la Torre de Control.

Mientras tanto, el escenario Unión se preparaba para una noche de descaradas metáforas con Fito Paéz y su piano blanco, su whisky, su Kant, su Hegel, sus 6 tías y su aguardientosa voz. Ante 30 mil personas, se escuchó «Al lado del Camino», «Llueve sobre mojado», «Circo Beat», «El amor después del amor» y «Mariposa Technicolor». Y muchos nos remontamos a otros años y muchos cantamos a todo pulmón. No olvidaré cuando logré que mi Jefa subiera al escenario a ver tocar a Fito, uno de sus ídolos en español.

Faltando cuarto para las diez, aterrizó una nave de otro planeta en el escenario principal del Foro Sol. Zoé llegaba como headliner y cerrador principal de un Festival en el que no hace mucho tocaban como una banda más. Con León Larregui como comandante del grupo, Zoé dejó todo sobre el escenario con casi dos horas de show y temas como «Soñé», «Love», «Labios Rotos», «Dead», Arrullo de estrellas» y su «Peace and love». No olvidaré como me colé al escenario y pude conocer a los ingenieros de audio de la banda. Con un tabaco compartido, me enseñaban a calibrar el audio de un show. La noche de Zoé en el Vive fue desde el alma y con el corazón abierto, noche de estrellas sobre el Foro Sol.

Y así llegó el último acorde de nuestra transmisión. Misma que llegó a los 32 estados del país y fue seguida por medio millón de personas en los cuatro días que duró. Fueron más de 40 horas de transmisión radiofónica y televisiva, más de 40 cámaras, 2 satélites, y más de 150 persones que trabajaron en producción, edición, coordinación, montaje, conducción, monitoreo, PR y la amplificación del streaming que en tiempo real se realizó. No olvidaré el esfuerzo de todo un equipo que dejó todo en la cancha. Y es que estas canas, estas ojeras y este cansancio fueron por el gusto. Por el gusto de trabajar en algo que me apasiona y me hace feliz. No olvidaré cada cara que me ayudó. No olvidaré todo lo que viví detrás de este rockanrol.