En el instante que abrí la puerta, supe que ella ya no estaba. Aún vagaba su nombre intacto en el frío pasillo de la entrada, pero no cabía duda, ella no estaba. Llegué a su cuarto, como lo hacía todos los días ilusionado de verla después de la chamba, pero esta vez fue totalmente diferente. Se había ido, no estaba.
Perdí al aire y me derrumbé por dentro. El caos llegaba de nuevo. Volvía a temblar en la Ciudad de México, pero esta vez mi viejo departamento era el epicentro. Y es que mi compañera de viaje, mi amiga del alma, mi roomie, mi maestra de Yoga y la pareja que me devolvió las ganas por la vida, ya se había ido. No estaba.
Con los años uno suele decir que ya tiene más experiencia y más camino recorrido. Que ya estás curado de espanto o que ya le perdiste el miedo a la vida. Que ya sabes qué hacer en casos de emergencia, que conoces de duelos y despedidas. Pero un día cualquiera, a una hora cualquiera y sin la mínima advertencia, te quiebras. Te quiebras y sientes como se estiran las venas. Te quiebras y sientes como se parte el pecho. Sientes como el corazón se quema.
La tristeza toma por asalto el pentágono de la cabeza. Estalla un golpe de estado entre las costillas y la médula. El dolor te parte en dos, se pierde por completo la coherencia. Esa noche que abrí la puerta, supe que me volvería a quedar solo en Medellín, que la melancolía de su recuerdo y tres peces japoneses de agua dulce serían mis únicos compañeros. Se había ido, ya no había nada que hacer, ya no estaba.
Y hoy ya no quedan más lágrimas. Los ojos están casi cerrados y la cara está hinchada. La culpa me tortura y me apodera. Mi condena sólo aumenta y todo pinta a una cadena perpetua: tu ausencia nena, tu ausencia. Y es que a una mujer no se le lastima de esa manera. Una mujer que llora por tu culpa, es algo que para siempre te llevas.
Y se vienen tiempos de cambios y de resistencia. Quedan atrás los años maravillosos y se viene un parteaguas que altera por completo el rumbo de tu camino y de tu existencia. La primavera duró un segundo. Ahora sí estamos en invierno, ahora sí cala el frío, ahora sí me quedé sin fuerza.
Y sólo me queda aire para decirte gracias y pedir que te cuides para siempre bonita. Que te vaya increíble en la vida, que cumplas todos tus sueños, Tukari. Y sabes una cosa, aún no puedo creer que mañana que despierte ya no estarás. De todo corazón, perdóname. Que sepas que nunca olvidaré el día que llegaste a mi casa y tampoco el día en que te vas.
(Dedicado a mi roomie, Gaby)