El temblor

De repente se mueve el centro de la tierra. Se tambalea tu mundo, se caen los techos, se derrumban tus ideales. Son los momentos difíciles, cuando confrontas tus creencias, tus ídolos y tus estandartes. Las calles de tu existencia se inundan de una infinita tristeza, y de paso, te invade un inmenso dolor. Las palabras huyeron y te dejaron sin aliento. Es la pérdida, es la ausencia, es el duelo. Y es que el arrebato y el sufrimiento son estaciones inevitables del camino, por ahí vamos a pasar. Y en la tercera clase de este tren que viaja sin asientos, las muertes chiquitas se sienten mucho más.

Hay veces que sólo quieres cerrar los ojos y no despertar. Por lo menos no hasta que pase el temblor.

El sábado 4 de septiembre del 2010 un terremoto de 7.1 grados en la escala de Hanks y Kanamori azotó la costa este de Nueva Zelanda a las cuatro de la mañana. El lugar más afectado fue Christchurch, que con sus 400 mil habitantes es la tercera ciudad más grande del país y que se sitúa en la región de Canterbury, lejos de la cordillera y de cara al Pacífico. Esa madrugada la ciudad dormía, se registraron pocos heridos y una persona perdió la vida, le había dado un ataque al corazón. Lamentablemente, cinco meses después la ciudad volvió a sacudirse con un sismo de 6.3 grados en la escala de Richter pero éste fue a plena luz del medio día, cuando la gente estaba en las calles. Se cayó la catedral, se cayó la mitad del centro y se cayó el espíritu de todo un pueblo. Murieron 185 personas y varias desaparecieron en una de las tragedias más grandes de este país. El 22 de febrero del 2011 es un día que en Christchurch no se olvidará.

Después de dos terremotos de ese tamaño, y en tan poco tiempo, es imposible no sentirse mal. Son muchos los malos recuerdos. En noviembre pasado que estuve ahí, pude percibir que la ciudad todavía cargaba con la melancolía propia de lo ocurrido; la catástrofe había dejado polvo, escombros, calles cerradas y lotes completos rodeados con tiras de plástico en las que se leía «prohibido pasar». Un par de personas me contaron que los días siguientes al segundo terremoto el ánimo de la gente tocó suelo y el miedo de recaer quedó latente por mucho tiempo. Que decenas de familias se fueron a vivir a otro lugar y que varios barrios de la ciudad se volvieron fantasmas, quedaron de capa caída, casi olvidados.

Y sin embargo, los neozelandeses se volvieron a levantar.

En mis largas caminatas, también me encontré con una ciudad que había sacado fuerza, energía y su mente más creativa. Buscaron diversas formas para reactivar a la sociedad y a su economía, y poco a poco, la oferta laboral, cultural, académica y artística volvió a dibujar las calles de Christchurch con galerías, museos, exposiciones, eventos al aire libre y festivales. Incluso, muchos de los edificios que tuvieron derrumbes ahora se han llenado de street art y las culturas del skate y el underground invaden de una manera muy agradable a la ciudad. También se levantaron varios memoriales que cuentan la historia de los temblores y en la zona cero se construyó un mercado alternativo hecho de contenedores y terrazas de colores que bien podría ser una obra de arte. Así no se olvida el dolor de los hechos y a la vez se comienza a crear.

Yo en Christchurch me contagié de esos remanentes de tristeza y pasé los primeros días difíciles de mi viaje. Por momentos me detuvieron las dudas, las preocupaciones y la confusión, había más preguntas que respuestas. Me sentí solo y me cuestioné mucho el camino. Pero desde hace ya varios años cargo con un remedio casero justo para esos momentos, y es que estoy convencido que es mejor enfrentar cualquier sentimiento cómo venga, de poco servirá esconderlo o pelear con él, conviene más reconocerlo. Porque con los años y las canas me va quedando claro que la vida es un equilibrio y que ambos polos son la física y química de nuestra realidad. Y así como la ciudad había tomado un nuevo aire y se levantaba de a poco, yo también decidí hacerlo. Recuperé energía, me puse las botas, y seguí viajando.

A cuatro días de mi partida, me enteré que un terremoto de 7.8 grados había golpeado una vez más Christchurch. Volví a quedarme sin aliento. Y es que una vez más, se contaba la historia de un pueblo caído que tendría que recolectar fuerzas para volver a intentarlo, para volverse a levantar.

Bibliografía:

«Infinita tristeza» de Manu Chao y «Cuando pase el temblor» de Soda Stereo, que fueron las canciones que escuchaba mientras escribía este texto.

*La diferencia entre la escala de Richter y la escala de «Magnitud de Momento» de Thomas Hanks y Hiroo Kanamori es que la segunda es más moderna y más precisa ya que mide la energía que libera un sismo, y la primera, sólo compara un sismo con otro basándose en las ondas que mide un aparato al que se le llama sismógrafo.

  1.  «New Zealand Earthquake Report – Feb 22 2011 at 12:51 pm (NZDT)»GeoNet (en inglés). 22 de febrero de 2011. Consultado el 21 de febrero de 2011
  2. http://www.lis.ucr.ac.cr/index.php?id=137
  3. Hanks TC, Kanamori H (1979). «A moment magnitude scale». Journal of Geophysical Research 84 (B5): 2348-50.
  4. http://www.telegraph.co.uk/news/2016/11/13/74-magnitude-earthquake-hits-new-zealand1/