Mi Tío Andrés

Corazón de león y valiente viajero. Tenía una sonrisa especial y una mirada única. Lo recuerdo siempre muy tranquilo y sereno, como alguien que estaba en paz con la vida. Un hombre que se trazó un fascinante camino y que supo ser el capitán de todos sus sueños. Pero sobre todo, lo recuerdo como una persona muy cariñosa que siempre estuvo al pendiente de la familia. Lo recuerdo como un faro y un guía. Lo recuerdo como un guardián.

Era alguien que le gustaba disfrutar de la vida. Sabio de buen diente y amante de las sobremesas, le gustaba mucho compartir. Solía contarnos divertidas anécdotas y alzaba la ceja con los pequeños detalles. Sus puntadas eran geniales. Y al final de la reunión, siempre se daba el tiempo para saber en qué andabas y cómo ibas. Le gustaba escucharte y darte un consejo. Era un hidalgo noble y generoso que siempre buscaba cómo ayudar.

Otra de las cosas que recuerdo de mi Tío Andrés fue ver cómo cuidó siempre a mi mamá. Ella era el azul de sus ojos. Su sonrisa. Recuerdo muy bien la forma en la que le hablaba y la veía. Con ella, salía su lado más tierno, el que pocos conocían. La apoyó con sus decisiones de vida y sus ideales, incluso con los que no compartía. Y eso me hacía admirarlo más. Ver ese amor del hermano mayor a la más chica me hacía sentir como me sentiré el resto de mi vida, agradecido con mi queridísimo Tío Andrés.

Pero quizás el momento que más recuerdo fue una tarde que fui a verlo al hospital. Era domingo y por azares del destino tuvimos la suerte de quedarnos solos por un buen rato. Ese día hablé con él como nunca pude hacerlo, los dos nos soltamos y nos volvimos cómplices y compañeros. Le conté de mis planes y de mis proyectos, le conté de mi chica. Él me escuchaba y sonreía. Antes de irme, le dije que lo quería mucho y que me sentía muy orgulloso de él. Muy tranquilo y con la calma de su mirada, contestó que él también. Y eso, nunca lo voy a olvidar.