Nunca imaginé que los vería en vivo, en frente de mí. Volvieron cientos de recuerdos y volvieron mis dieciséis. Volvieron los tiempos en los que me la pasaba con mis amigos escuchando sus discos, leyendo sus letras y viendo sus videos grabados en una vieja VHS. Me emocionaba ver los estadios llenos y las multitudes coreando esas eternas canciones. Imágenes que llegaban desde muy lejos, cargadas de adrenalina, melancolía y un cierto apetito por la destrucción. Sabía que había descubierto un ícono en la historia del rock, pero también sabía que ya nunca podría verlos. Y eso, le daba tintes de leyenda.
Pero la vida da vueltas y los sueños se cumplen. Luego de 23 años de ausencia, el mes pasado Guns n’ Roses volvió a México para dar un par de conciertos en el Foro Sol de la Magdalena Mixhuca, al Oriente de la Ciudad de México. Fue una locura. Los de California tocaron 23 canciones y dieron casi dos horas y media de show, ante unas 65,000 almas que dejaron la voz y el corazón en el mítico parque de béisbol.
El piano de ‘November Rain’. La sinfonía completa de ‘Estranged’. El cover de Misfits y el ‘Wish You Were Here’ en la guitarra de Slash. La tormenta que cayó en ‘Welcome to the Jungle’ y el cielo que se despejó justo con ‘Knocking on Heaven’s Door’. La nostalgia de ‘Sweet Child O’ Mine’ y las baladas de ‘Patience’, ‘Yesterdays’, ‘Civil War’ y ‘Don’t Cry’. El descontrol en ‘Paradise City’ y los cánticos con ‘Live and Let Die’. Fueron momentos para siempre.
No importó que Axl Rose cantara desde una silla con la pierna enyesada. No importó que no hiciera sus famosos bailes. No importó que por momentos se le fuera la voz. Tampoco importó la edad que ya carga toda la banda, ni las cuentas que ya pasaron factura, ni toda la lluvia que cayó. Para sus verdaderos amantes, fue suficiente verlos juntos. Por todo lo que significaba la gira, fueron mágicas las noches de Guns en el Foro Sol.
Y es que se volvían a reunir Axl y Slash luego de aquél último concierto que dieron el 17 de julio de 1993 en Argentina, donde la tregua se quebró. Luego de la tensa ruptura que llegó tres años después y luego de una desgastante lucha de egos y genios que permaneció por décadas. Lo que algún día se veía imposible, estaba sucediendo: Axl, Slash, Duff McKagan y Dizzy Reed juntos en un escenario, tocando la saga de canciones que cambiaron el rock de los 80’s y que cambiaron a más de una generación. La leyenda estaba viva.
Y aunque Axl hizo lo imposible para llegar al tono que tenía a los 26, fue Slash el que se echó los dos conciertos al hombro con cada riff de su guitarra. Fue como si un viejo amigo ayudara a otro para rescatarlo en los momentos de apuro. Como si cargara con toda la responsabilidad, por el bien del show y por el bien del grupo. Y así, llegaron los épicos solos que por muchos años sólo fueron quimeras. Llegaron sus míticas escalas y sus explosivos arpegios. Llegaron sus obras maestras.
Entre las dos noches, también se escucharon ‘It’s So Easy’, ‘Mr. Brownstone’, ‘Double Talkin’ Jive’, ‘You Could be Mine’, ‘Night Train’, ‘Attitude’, ‘This I love’ y hasta ‘The Seeker’, un cover de The Who. Un setlist que no quedó a deber y que en ambos conciertos tuvo cuatro canciones después del Encore. Un show con un rider espectacular, lleno de luces robóticas, decibeles y mucha pirotecnia.
Por eso fueron noches épicas. Porque más allá de que el sueño llegó 23 años después, lo hizo con fuerza. Porque al final, se convirtió en un homenaje que miles de fans le rendimos a nuestros ídolos de la adolescencia. A uno de esos grupos que ya no han vuelto a salir y que marcaron una época. Una banda que fue parte aguas en la escena mundial y que todavía se sigue escuchando en bares, fiestas y en los covers de casi todas las bandas que empiezan. Para mí, fue una metáfora de otro tiempo y otro espacio. Fue la mejor odisea.