No se olvida

Eran las 5:55 de la tarde del 2 de octubre y palpitaba el corazón de la Ciudad de México. Miles de personas se habían juntado en la Plaza de las Tres Culturas para manifestarse contra el poder y el gobierno. Había estudiantes, padres de familia, mujeres y niños. Había un motivo y una intención. Había un sentimiento. Mientras los líderes del movimiento hablaban desde el tercer piso del edificio Chihuahua, la Plaza se fue rodeando por tanques del ejército y los soldados fueron bloqueando las salidas y los accesos. Vaya trampa perfecta. A las 6:10 se vieron volar dos bengalas en el cielo y el ruido de un helicóptero arrebató la calma y el silencio. Era la señal para abrir fuego. Se desató un tiroteo brutal contra la gente. Gritos, llanto y desesperación. Muertos sobre muertos.

Fueron muchas las causas del movimiento estudiantil de 1968 en México, y a 46 años de lo sucedido, vale la pena la reflexión. En esa década, los jóvenes se manifestaban por las calles del mundo contra el absurdo autoritarismo, las guerras y la tiranía del poder. En México, soplaban ideologías y convicciones que confrontaban al sistema, al status quo y a las viejas formas de control y represión. Cada vez eran más los que cuestionaban el mercado de consumo, la corrupción, el uso de la fuerza, la falta de oportunidades, el cinismo político y el manejo de la información. No había democracia. En este contexto, los Juegos Olímpicos del 68′ jugaron un papel fundamental en el crecimiento de la tensión que terminó en tragedia.

La designación de México como sede de los Juegos Olímpicos llegó en 1963 de manera sospechosa. En esos años el mundo estaba dividido en dos bloques ideológicos y la atención estaba puesta en la Guerra Fría. Con ese escenario, el Comité Olímpico Internacional dejó a un lado la candidatura de Detroit, Buenos Aires y Lyon y se decidió por la Ciudad de México. Era la primera vez que unos Olímpicos llegaban a Latinoamérica y a un país de habla hispana. Por lo mismo, el gobierno inició una campaña proyectando un “nuevo México”. Para ellos, había que maravillar al mundo demostrando que teníamos un país en desarrollo y crecimiento. Se disfrazaron las verdaderas carencias y nadie podía poner en riesgo la imagen de México. No importaban las formas, las medidas y las consecuencias.

Durante el 67’ y el 68’, el gobierno se encargó de presumirle al mundo los preparativos para los Juegos: la construcción de los Estadios, las Villas Olímpicas y toda la infraestructura pública. Para Díaz Ordaz, estos serían los Juegos de la “vanguardia y la modernidad”, los que nos llevarían al primer mundo. Pero la realidad era completamente otra. La desigualdad social, la concentración de poder y la falta de oportunidades azotaban al país. Fue así que poco a poco se fueron creando asambleas entre los estudiantes de varias Universidades, principalmente de la UNAM y el Politécnico. El movimiento duró 146 días y representa la expresión de una generación contra el fascismo que se escondía en México.

En la cronología de los hechos, se dice que el movimiento se detonó el 22 de julio del 1968 durante una pelea entre estudiantes de una vocacional del Politécnico y la prepa Isaac Ochoterena, a causa de un partido de futbol americano. Al día siguiente, los estudiantes volvieron a chocar pero ahora fueron reprimidos con violencia por más de 200 granaderos en la Colonia Juárez, muy cerca del Centro. Durante agosto hubo varias marchas que demandaban cambios al cuerpo policiaco y la extinción de los ridículos delitos de “disolución social” y “ataques a las vías públicas”. Pero el 1° de septiembre el presidente Gustavo Díaz Ordaz le dio un giro a los hechos. En su informe de Gobierno, denunció que los acontecimientos recientes eran un boicot contra los Juegos.

Como respuesta, el 13 de septiembre más de 300 mil personas marcharon en silencio hasta el Zócalo capitalino en una histórica muestra pacífica. La marcha del silencio. Cuenta el poeta que esa tarde “sólo se oían los pasos de la gente, que iban pisoteando poco a poco las represiones del gobierno”. Desde la revolución mexicana no se había visto tal respuesta por una causa social en el país. Sin embargo, el 18 de septiembre el ejército ocupó Ciudad Universitaria y cinco días después tomó por la fuerza el Casco de Santo Tomás del Politécnico. Dos actos donde hubo varios excesos.

Así llegaría la marcha del 2 de octubre de 1968. Desde temprano, varias manifestaciones salieron de distintos puntos con el fin de terminar en Tlatelolco. Fue ahí donde varios hombres de guante blanco comenzaron a disparar hacia abajo desde el edificio Chihuahua. El Batallón Olimpia. Con los disparos, los soldados y policías abrieron fuego contra la gente y así se desató una de las noches más tristes y sangrientas en México. Algunos dicen que el tiroteo duró poco más de una hora, aunque los que estuvieron ahí relatan que toda la noche se escucharon balas pérdidas y lamentos. Muchos lograron esconderse en los edificios. Cientos fueron detenidos y cientos fallecieron.

Cuentan los vecinos que esa misma noche el ejército y la policía limpiaron todo los rastros del siniestro. Los cuerpos se apilaron y se fueron en autobuses. Algunos se quemaron y otros se arrojaron al mar. Al día siguiente, la mayoría de los periódicos nacionales tacharon a los manifestantes de “terroristas” y de haber iniciado un “pequeño” desencuentro. El noticiero principal de Televisa aseguró que fueron los estudiantes los que iniciaron el ataque y que sólo 15 civiles desaparecieron. A 10 días del arranque de los Juegos Olímpicos, los grupos de poder sabían que había que ocultar toda la información. “En México no había pasado nada”.

Ese mismo día, el Comité Olímpico Internacional anunció que los Juegos se celebrarían con normalidad y que la agenda no se movería. Por su parte, el Secretario de Relaciones Exteriores de México confirmaba la estabilidad del país ante las Naciones Unidas al mismo tiempo que decenas de madres desesperadas buscaban a sus hijos en las cárcel de Lecumberri y el Campo Militar No. 1. Ante el descaro de las autoridades, el 12 de octubre se inauguraron los Juegos “de la paz” en el nuevo Estadio Olímpico. En medio de guaruras y un fuerte operativo de seguridad, se prendió el pebetero y volaron varias palomas blancas. La desalmada sonrisa de Díaz Ordaz escondía la masacre entre los valores de los deportistas y los Juegos.

Así, la tragedia de Tlatelolco fue un parte aguas en la vida de México. Fue el único movimiento estudiantil del mundo que acabó en matanza. Días que quedarán en la historia y que siguen siendo un punto de partida y de encuentro. Un acto cruel y despiadado que jamás podrá ser justificado. Un arrebato brutal de absolutismo. Intolerancia insensata y desmedida. La mano dura del Estado. Una herida que deja varios mensajes, aprendizajes e historias de vida. Porque aunque pasen los años, los sexenios y los gobiernos, el 2 de octubre se mantiene en la memoria colectiva. El 2 de octubre se traduce en principios y trabajo. El 2 de octubre sigue vivo. El 2 de octubre no se olvida.