La noche más dramática, se vivió ayer en el Azteca. Por un momento nos sentimos dentro, por un momento nos sentimos fuera. Noche de tripas, corazón y agallas. Noche en la que volvimos a ser una tribu guerrera. Y todavía retumban las venas, sólo de pensar que el milagro llegó con un gol de chilena.
Y se demostró que después de todo la pasión es la única que cuenta. Y se dejó en claro que la camiseta se suda, se siente y no se desprecia. Y no queda duda que estos goles no se compran, sólo se consiguen con garra y entrega. Y por un momento merodeó de nuevo la esperanza en el Azteca. Y con la lluvia llegó la calma. Y despertamos de un verdadero coma del alma.
Y le debemos tanto a los guardianes del Azteca y Santa Úrsula, y estamos en deuda con el embrujo del azar y del destino. Y recuperamos el aire y el aliento. Y quizás entendimos que esto no puede ser sólo un negocio, que el futbol es un juego divino. Y sólo por unos días, volvimos a sentirnos vivos. Y como la leyenda del Fénix, resurgimos.
Y todavía retumban las venas, sólo de pensar que el milagro llegó con un gol de chilena.