‘Make hummus not walls’

Y aún en estos tiempos, se alzan muros para dividir pueblos y territorios.

A la fecha, en tierras palestinas ocurren despojos territoriales, tiroteos, operativos con gases lacrimógenos, derrumbes de casas, asesinatos, desapariciones e historias que no tendríamos por qué contar.

El día que crucé el muro de Israel a Palestina vivirá siempre en mi memoria. Pasar el «check point» te transporta a una época que uno creería que ya no existe. El ejército y la policía israelí son duros y varios de sus integrantes, mujeres y hombres, cargan un resentimiento contra el pueblo vecino aprendido desde muy jóvenes en casa, en su círculo social y en los campos militares.

Ambos pueblos reclaman que, según sus textos sagrados, este es su lugar de origen. Para los judíos es su «tierra prometida» y para los palestinos este fue su hogar por más de 1300 años.


En realidad, ninguno de los dos pueblos son originarios de estas tierras del Levante Mediterráneo. Ambos las ocuparon ya habitadas y ambos fueron conquistados por terceros: babilonios, asirios, persas, macedonios y romanos. Los judíos justifican su ocupación al decir que provienen de los antiguos hebreos y los palestinos dicen lo mismo de los filisteos.

Lo cierto es que los hebreos y los filisteos desaparecieron como pueblos mucho tiempo antes del conflicto entre judíos y palestinos. Por trece siglos estas tierras fueron musulmanas y miles de años antes esta zona desértica era parte de Mesopotamia.

El conflicto escaló al final de la Segunda Guerra Mundial con el «sionismo» que significó la llegada masiva de judíos que escapaban de Europa para ocupar la Palestina histórica que en ese momento era habitada, en su mayoría, por musulmanes. El plan era crear un estado.

En 1948 las Naciones Unidas propusieron delimitar el territorio y otorgarle 55 porciento del territorio a Israel pero Palestina no aceptó. Estalló una guerra civil (con Estados Unidos involucrado) que dejó miles de refugiados palestinos y terminó por proclamar a Israel como un estado independiente. Los palestinos fueron expulsados y la tierra prometida quedó dividida, Israel se quedó con Jerusalén y Palestina se desplazó a lo que hoy es Cisjordania.

Pero en las últimas décadas, el Estado de Israel no ha respetado las últimas resoluciones de la Asamblea General de la ONU y ha ido ganando territorio palestino en una ocupación paulatina que desaparece barrios árabes a plena luz del día. El actual uso desmedido de la fuerza por parte del ejército israelí es algo cotidiano y está documentado.

Al estudiar los antecedentes y platicar con los locales, me fue inevitable sentir empatía por el pueblo palestino y su situación actual. Son décadas de una lucha por un territorio que los dos reclaman como propio y las cifras señalan que la población palestina ha sido la más afectada. Aquí no existen derechos humanos y regulaciones. Civiles, activistas y periodistas mueren cada año.

Cuando crucé a Bethlehem y recorrí el muro levantado por Israel, observé que los enormes bloques de hormigón y cemento se han llenado de manifestaciones artísticas de protesta. Los murales que habitan ahí, relatan una historia de separación, desamor y crueldad. Porque Palestina está bajo acecho: el abandono, la soledad y el silencio recorren las calles y cada vez hay más zonas de conflicto.

Que ironía y que poca memoria, el Estado israelí, que representa a un pueblo que fue perseguido por años, ahora lanza al ejército para perseguir a otros.

Yo muestro mi respeto por la resistencia del pueblo palestino que se niega a perder lo poco que queda de sus pueblos, sus barrios y su desgarrado tejido social. No olvido lo que me dijo un señor palestino cerca de Jerichó: «ya estamos cansados y no vemos solución, pues nos vamos a morir».

Por ahora Palestina resiste. Ya la historia los juzgará.